El 13 de mayo de 1964 Catherine Susan Genovese (a quien llamaban 'Kitty'), mujer ítalo-americana de 28 años de edad, fue asesinada a puñaladas en una oscura calle de los suburbios neoyorquinos en horas de la madrugada, ante la mirada de 38 testigos que desde sus ventanas, atónitos e indiferentes, contemplaron dos ataques distintos y sucesivos de su matador sin comunicarse con la policía sino cuando fue ya irremediablemente tarde.
El caso de Kitty Genovese fue enarbolado en su época como paradigma de los efectos deshumanizadores de la vida urbana: dureza e insensibilidad, displicencia y apatía, indiferencia y distanciamiento ante una tragedia cercana que sólo originaba curiosidad y expectación sin mayor involucramiento. Es decir, la cuestión no es que nadie hubiera avisado a pesar de que 38 personas la oyeron gritar mientras la tasajeaban inerme, sino que precisamente nadie llamó porque 38 personas la oyeron gritar en esos terribles momentos. En psicología social se ha acuñado el llamado 'Síndrome Genovese', refiriéndose de tal modo a la indiferencia de las personas ante la carencia de una figura de autoridad que coordine sus actos, al punto que el individuo asume que "otro lo hará" y se inhibe de un papel activo, prefiriendo escabullirse, mimetizarse, ocultarse, en vez de la necesaria protesta, el imprescindible reclamo, el perentorio clamor.
El caso de Kitty Genovese fue enarbolado en su época como paradigma de los efectos deshumanizadores de la vida urbana: dureza e insensibilidad, displicencia y apatía, indiferencia y distanciamiento ante una tragedia cercana que sólo originaba curiosidad y expectación sin mayor involucramiento. Es decir, la cuestión no es que nadie hubiera avisado a pesar de que 38 personas la oyeron gritar mientras la tasajeaban inerme, sino que precisamente nadie llamó porque 38 personas la oyeron gritar en esos terribles momentos. En psicología social se ha acuñado el llamado 'Síndrome Genovese', refiriéndose de tal modo a la indiferencia de las personas ante la carencia de una figura de autoridad que coordine sus actos, al punto que el individuo asume que "otro lo hará" y se inhibe de un papel activo, prefiriendo escabullirse, mimetizarse, ocultarse, en vez de la necesaria protesta, el imprescindible reclamo, el perentorio clamor.
Winston Moseley, el asesino, y su víctima.
Aunque posteriormente se han desvirtuado varios hechos del caso Kitty Genovese tal como fueron publicados inicialmente por la prensa -la cifra de 38 testigos impasibles no fue real, por ejemplo-, la truculencia de su desolador asesinato así como la pálida respuesta del grupo social que la rodeaba, se han mantenido vigentes hasta hoy como un mal ejemplo de lo que podemos eventualmente llegar a ser los seres que nos autodenominamos humanos. Casos semejantes o más dramáticos e indignantes por la cercanía espacial y temporal y por la magnitud, se asoman a nuestra experiencia cotidiana, en nuestras propias narices como se dice -seguramente aludiendo a lo fácil que es rascarse desaprensivamente el apéndice nasal de paso que se espanta a la distractora mosquita baladí -:
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a
los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a
buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
nadie quedaba
para protestar ya.
Ah, y este poema no era de Bertolt Brecht como todos solíamos creer sino de Martin Niemöller (1892-1984) y, de hecho, no era un poema.
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