Una de las primeras viñetas del Curso de Psiquiatría de Honorio Delgado ofrece como ejemplo de sinestesia la atribulada descripción de un individuo que afirma: "Estoy en el teatro... Escucho el Bolero de Ravel... Tiene resonancias ingratas... lo veo casi como una estela brillante de sonidos, que sale del palco escénico y barre las primeras filas de la platea y luego se aleja y pierde, pero de nuevo regresa y me sofoca como si me cubriera la cola inmensa de un ave maravillosa." Probablemente más que recordar el concepto de sinestesia -la asociación de una sensación que evoca otra en un campo sensorial diferente- la mayoría de alumnos nos quedábamos recordando la vívida metáfora y, cómo no, al Bolero y a Maurice Ravel.
De Ravel se ha dicho que fue el último representante de una generación de músicos que habían sabido renovar la escritura musical sin renunciar nunca a los principios heredados del clasicismo. Por esa razón fue el último compositor cuya obra entera, siempre innovadora y nunca retrógrada, es considerada «completamente accesible a oídos profanos». Sin duda por ello su clásico Bolero pudo ser incluido sin picor en la banda sonora de una comedia populosa y accesible como "10" -que en nuestro medio se conoció como "10, la mujer perfecta"- y donde la exuberante Bo Derek fue cebo para las envalentonadas fantasías de los prepúberes de mi generación. Por cierto, aunque la película se filmó en 1979, fue difundida por televisión varios años más tarde y el Bolero era la sábana musical sobre la que Bo y Dudley Moore culminaban refocilándose venéreamente.
Imagen publicitaria de aquella película en que conocimos a Bo y al Bo-lero.
Desde entonces, el Bolero de Ravel fue habitante de nuestra imaginería y aunque más tarde acabamos prefiriendo otros boleros de tono más bien rasposo y cantinero, es inevitable añorar aquellas idas temporadas. Volvamos más bien a Don Maurice Ravel, que ya no se va pues mora en el Olimpo de los geniales creadores.
Se sabe que fue muy tímido, nervioso, introvertido, titubeante y perfeccionista hasta lo demencial, al punto que a ello se atribuye la escasa cantidad de obras que llegaría a producir. Sin embargo, no es sólo su temperamento el que puede interesar al curioso de averiguaciones patográficas. Si bien Ravel no holló los predios de la locura sí fue morador de las comarcas dilatadas de la demencia: en sus últimos años de vida sufrió un penoso deterioro de diversas funciones mentales al punto que tenía dificultades para expresarse verbalmente y por escrito (afasia, agrafia), para desarrollar actos de la vida diaria (apraxia), para leer (alexia) y, aunque conservaba relativamente preservadas su afectividad, su capacidad de juicio y apreciación estética, como macabro puntillazo sintomatológico desarrolló amusia, esto es, la capacidad de comunicar y comprender el lenguaje musical. De hecho, Ravel podría ser el único músico de entre los consagrados que llegó a presentar la fatal complicación.
Alajouanine, el neurólogo que lo atendió en su últimos días, refiere que aunque Ravel podía concebir música en su fuero mental, no podía comunicarla fuera de sí. Allí la paradojal tragedia del gran músico francés. Conmueve su fin penosísimo en un momento en que ni siquiera era sencillo determinar si había o no un tumor dentro de su caja craneana -se llegó a ejecutarle una desesperada craneotomía en la que se descartó la etiología tumoral pero no se pudo más-.
Por cierto, al no haberse efectuado la autopsia, no se podría afirmar con certeza qué tipo específico de enfermedad malogró la existencia del gran músico francés. Se ha especulado con el Alzheimer, con la Demencia de Pick, entre otros males, aunque finalmente hay cierto consenso en que se trataría de una Afasia Primaria Progresiva (APP) con Degeneración Córticobasal. Traduciendo, una enfermedad neurodegenerativa de etiología desconocida, un desarreglo que no se sabe cómo hace ni de donde viene pero que aniquila el lenguaje y otras funciones cognitivas. Y el quid: si bien la mayoría de pacientes amúsicos son afásicos lo opuesto no es usual. Pero Maurice Ravel se sacó una lamentable lotería: fue músico, afásico y finalmente amúsico -neuropsicológicamente hablando, pues si la palabra música viene de 'musa', Ravel no padeció de la amusia que literalmente puede entenderse como 'carencia de musa'-.
Otrosí: inclusive un trabajo en la revista Brain da relevancia al genio de Ravel, quien literalmente habría podido extraer un beneficio de su enfermedad: así como la música y el lenguaje comparten ciertas áreas neurales de funcionamiento pero no poseen idéntico sustrato; análogamente, la Afasia Primaria Progresiva no afecta uniformemente las distintas áreas cerebrales, de modo tal que precisamente el daño a ciertas áreas inhibidoras (como el córtex frontal inferior) podría más bien haber liberado zonas de creatividad distintas y novedosas en el cerebro de Ravel, preñadas de diferentes e inusuales patrones sonoros como en su Bolero donde entre dos secuencias sonoras repetidas una y otra vez mientras crece la intensidad dramáticamente, se teje cautivante la melodía a manera de una perseveración, forzando el término psicopatológico, o hasta como una estereotipia musical -el bolero fue compuesto en 1928, cuando ya se insinuaban las primeras fallas del funcionamiento cerebral de Ravel-.
Entonces, Don Maurice, tímido y psicasténico sin redención, acabó siendo sacavueltero de su propia enfermedad. Quién sabe si en la intemporalidad del arte y su magia, esa sinestesia descrita por Honorio podría constituir una especie de homenaje a Ravel, pero sin aquella anticuada cola de pavo real sino, más exuberante y deslumbradora, abatiendo las filas de la platea y alejándose y regresando sofocante, la desplumada cola de Bo Derek.
Reconocimiento:
- A la
sana envidia -motivadora de esta entrada- ante la impecable monografía
sobre Mahler del colega y amigo Francisco Doña y aquella otra sobre
Gilles de la Tourette de la amiga y psicóloga Jennifer, en sus respectivas y apreciadas bitácoras. A ellos, las gracias.
Referencias: