Es un sueño la vida...
Bécquer
Ciertamente dormir y soñar nos parecen usualmente muy triviales menesteres, aun cuando en sólo fenómenos oníricos nos pasamos cincuenta mil horas o dos mil días o seis años enteros de nuestra vida -para no tirar más números sobre el dormir-.
Se han enunciado como características más distintivas de la actividad onírica:
- Contenido y organización ilógicos, en que se desobedecen las leyes naturales,
- Experiencia de impresiones sensoriales formadas, por estrafalarias que sean,
- Emoción sentida con tanta intensidad que puede interrumpir el fenómeno onírico,
- Aceptación acrítica, como si la experiencia fuera normal o cotidiana,
- Dificultad para recordar un sueño una vez que termina. (1)
Estas cualidades parecen compartirse en parte con las alucinaciones, las delusiones y varias alteraciones de conciencia. Como si cada noche el dormir nos proporcionase una porción regulada de locura para mantener la supuesta cordura de las horas diurnas -de hecho se ha verificado que la deprivación total y prolongada de sueño altera groseramente el funcionamiento mental y producir puede cuadros cuasi psicóticos-.
No es excepcional tampoco la queja aquella de quienes luego de angustioso sueño lamentan : "quería correr pero no pude...", "quise pegarle y no se movía mi brazo..."; pues Natura, en su infinita sabiduría, dotó a la fase del dormir en que se producen los ensueños de atonía muscular completa -excepto para los músculos respiratorios-. Sino serían desasosegantes los amaneceres con todos los individuos actuando sus sueños en los alféizares, en las avenidas, en los lechos ajenos.
Y qué decir de la
parálisis del sueño, aterrador simulacro de la muerte, donde hasta el más cuerdo alucina, donde el más sugestionable se cree secuestrado por alienígenas verduscos.
O del sonambulismo, o de la actividad electroencefalográfica durante los ensueños tan agitada como durante la vigilia, o de la poiquilotermia que nos hace despertar ateridos en la madrugada, o de la tumescencia puntual que recibe al nuevo día, o del despertar que nos resucita de esa pequeña muerte de recámara.
Aquí la lógica del día se disuelve, lo real se funde con lo irreal, un bostezo es una expresión de asombro ante el inminente sueño.
ENLACES:
Referencia:
1. Hobson JA. El cerebro soñador. FCE. México, 1994.