Habíamos vivido momentos de éxtasis cuando advertimos que se iniciaban obras de construcción en el Instituto. Indudablemente, intuímos, se estaba empezando a materializar ese largamente acariciado sueño de ampliar la cafetería para el justo solaz y esparcimiento de los profesionales luego de las extenuantes jornadas de trabajo e investigación. Creímos que podrían al fin colocarse unas mesas de billar para rematar las crueles horas de espera hasta marcar la tarjeta a las 3:15 pm, o unos criollísimos juegos de sapo o unas mesitas de fulbito de mano. Soñamos que al fin sería posible que a eso de las 11 am, hora de la pausa imprescindible para no caer descerebrados producto del hercúleo trabajo, podríamos concurrir a una barra pletórica de jugos y piqueos y frutas de estación o, graciosamente, podríamos llamar al delivery para que apuestas meseras nos lleven dichos antojitos a las oficinas y gabinetes. Creímos que se estaba haciendo justicia pues tal era la mayor y más urgente prioridad presupuestal pero nos hemos dado de bruces contra la realidad.
En entrevista telefónica con encumbrados miembros de la jerarquía institucional, hemos sido informados de que las obras en realidad corresponden a la ampliación de la biblioteca (segundo piso sobre la cafetería) pues ya no caben los libros ni las revistas ni los lectores (y, por cierto, se necesita espacio para más bibliotecarios). Además se construirá un aula docente (brillantísimo, genial acierto pues en todo el Instituto, un Instituto Nacional nada menos, no había ni una para dichos fines). Edulcora nuestra resignación el que, dado que nuestra biblioteca lleva el nombre del Dr. Javier Mariátegui, la ampliación será al menos un discreto homenaje a su memoria.
Qué se va a hacer. Ojalá se amplíe pronto el cafetín: la Emergencia adyacente podría otorgar esos vastísimos ambientes en desuso de los que dispone, ¿no?
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