Aunque es casi un refrito dado que han pasado tres meses desde que estalló el escándalo, por acá nos hemos enterado recién y el estupor ha adornado de consternada baba nuestra pechera. Charlie Nemeroff, una de las vacas sagradas del establo psicofarmacológico mundial, gurú de innumerables congresos, libros y revistas de la especialidad, ha caído en desgracia.
A tal punto llegaron las secuelas de la bomba que Charlie debió renunciar a su cargo de Jefe del Departamento de Psiquiatría de Emory University en Atlanta, desde donde ejecutaba su actividad académica. ¿Se denunció que Charlie había plagiado hallazgos de otros investigadores? No. ¿Se puso al descubierto que Charlie, por desventura, fraguaba resultados según su desbocada imaginación? Tampoco. ¿Fue hallado infraganti en sodomía, zoofilia, pedofilia o alguna otra pasión secreta y bochornosa? Mucho menos. ¿Robó, mató, violó? Nada de eso. ¿Cuál es entonces el nefando pecado del que se acusa a este prócer de la neuropsicofarmacología mundial?
Pues sencilla y simplemente Charles Nemeroff falló en la observancia de fundamentales normas éticas relacionadas con su dual papel de investigador científico y a la vez receptor de millonarios fondos y auspicios de la industria farmacéutica.
El asunto de marras es así: entre los años 2000 y 2006, Nemeroff recibió individualmente casi 3 millones de dólares en concepto de consultoría especializada y declaró... menos de la mitad; al mismo tiempo, Charlie, desmemoriado él, recibió un millonario grant del Instituto Nacional de Salud (NIH) de los Estados Unidos mientras por otro lado él proclamaba en documentos oficiales que apenas recibía menos de 10 000 dólares anuales en prebendas de la industria psicofarmacológica.
Específicamente vayamos a la perla: el laboratorio GlaxoSmithKline (GSK) le entregó durante ese periodo $ 960 488 (no como fondos para investigaciones o para Emory University sino dinero en metálico para su bolsillo por dar conferencias sobre los productos de GSK). De tal suma, Charlie sólo declaró a Emory (su empleador y a quien estaba obligado a reportar sus ingresos) $34 998, o sea, un sencillito.
El quid del asunto es que el mencionado grant del NIH consistía en $3,9 millones y se destinaba a estudiar... 5 moléculas de GSK. Según las normas del grant asignado, si Nemeroff recibía más de $10 000 anuales de GSK debía perder la posición de investigador principal, y Nemeroff excedió largamente dicha cifra pero no dijo, por supuesto, esta boca es mía.
¿Alguien dijo por ahí conflicto de intereses?
Otra de nuestro Charlie: en el año 2006 apareció un artículo laudatorio y ditirámbico en
Neuropsychopharmacology sobre un dispositivo diseñado por
Cyberonics para la estimulación del nervio vago como tratamiento de la depresión. Eso no tendria nada de extraño, por cierto, como tampoco que Nemeroff fuese editor de dicha revista. Pero uno de los nueve autores del bendito artículo era nada menos que Charlie y, de hecho, 8 de los 9 autores del artículo eran asalariados de Cyberonics. Para coronar el pastel, Nemeroff es uno de los propietarios de la patente y accionista de Cyberonics; pero ninguno de los autores vinculados a la empresa lo enunció en el
disclosure "por olvido". Charlie finalmente se vio obligado a
renunciar a la jefatura editorial de Neuropsychopharmacology.
Actualmente, la toma de conciencia acerca del papel de la industria farmacéutica en la praxis médica es
creciente: la lavada de cerebro
empieza con regalitos discretos, con chifitas y parrilladas hasta que paulatinamente muerdes el anzuelo y vas aceptando viajecitos e inscripciones a congresos fuera del país y luego, con toda naturalidad, notarás que todo medicamento genérico "es de dudosa procedencia", o que sólo los medicamentos de marca "son confiables" y que el último
journal y que Charlie ha dicho y etc y etc.
Así que a cuidarnos: ni Honorio ni Rotondo ni Seguín medraron a costa de la industria farmacéutica y por eso sus voces y sus legados siguen resonando, impolutos y duraderos, a través de los tiempos hasta nosotros. No nos vendamos por un plato de lentejas -ni por un buffet-. Como repetía el profesor Grover Mori: "¿acaso a Ud, doctor, la FDA le ha dado el título?"
Pucha, Nemeroff, cómo pudiste... Ta que quién lo habría creído: por la plata baila el mono, ¿dí?