Se cuenta que San Jerónimo de Estridón (340-420 d.C.), uno de los padres de la Iglesia y traductor de la Biblia en la época en que aún no se contaba con el utilísimo Google Translator, tradujo erróneamente la primera palabra de la novena línea del Salmo 116: a partir del hebreo "Yo caminaré delante del Señor", tradujo la frase latina "Placebo Domine in regione vivorum" (Yo complaceré al Señor en la tierra de los vivientes). Cuando en el siglo XIII las plañideras solían entonar en los oficios fúnebres aquel salmo, se les empezó a denominar precisamente a ellas 'placebos', denotando dicho término entonces el fingimiento del llanto -pero a la vez la capacidad de lograr su cometido impresionando y conmoviendo cual si el sollozo fuese real-. Inclusive las primeras aplicaciones del 'efecto placebo' -es decir, comparar los efectos de un procedimiento supuestamente auténtico y otro falseado para discernir los efectos de la sugestión de la realidad- empezó con los exorcismos en el siglo XVI: si ante una reliquia falsa pero presentada como legítima, el poseso se contorsionaba violentamente, se concluía que la posesión era simplemente imaginaria.
Toda una historia, sin duda, pero que no acaba aquí. Menudean aún mitos en la práctica clínica como si no hubiesen pasado los siglos, a saber: si un dolor mejora con uso de placebo, es que no es 'real' sino fingido, mendaz, fraguado, y el paciente por tanto será mirado con sospecha y descrédito. Pero la verdad es más sutil: todo dolor tiene un margen de respuesta al placebo y hasta el más sofisticado y más oneroso pain killer, adicionalmente a su efecto farmacológico intrínseco, ejerce un porcentaje de beneficio vía efecto placebo. No es tan simple pues hablar de dolores reales o irreales, de verdades o de sugestiones -como antes de exorcismos y de posesiones-.
Por supuesto, el efecto placebo no se restringe a la analgesia y tiene inmensas connotaciones en la comprensión de la biología y psicología humanas. Pero no queremos abundar al respecto -dada nuestra bisoñía en la materia- sino ofrecer las selectas aportaciones de dos descollantes médicos miembros de la blogósfera al respecto: Don Arturo Goicochea, neurólogo de fuste y de envidiable claridad expositiva, y Don Francisco Traver, psiquiatra de amplia versación y de prosa elocuente y buída, ambos ibéricos y que nos ofrecen la palabra autorizada sobre el efecto placebo.
Y como 'yapa', una revisión reciente en The Lancet sobre el asunto de marras que, claro está, ni aún bajo la advocación de San Jerónimo osamos traducir.
Enlaces:
- Del Blog del Dr. Goicochea:
- De Neurociencia-Neurocultura, blog del Dr. Traver:
- Finiss DG, Kaptchuk TJ, Miller F, Benedetti F. Biological, clinical and ethical advances of placebo effects. Lancet 2010; 375: 686-695.
3 comentarios:
D. Lizardo: agradezco calurosamente su referencia y halagos a mi blog. Aprecio sus palabras por provenir de un autor de mi estima a quien visito siempre con gran placer literario, humanístico y profesional.
Saludos y enhorabuena por su blog
D. Arturo:
Quien agradece es este lector suyo que no cesa de aprender cada día a través de su blog. Gracias por la amenidad con que nos ilustra.
Sea este escueto párrafo constancia de mi admiración por su labor.
Otro enlace de interés:
http://www.sciencebasedmedicine.org/?p=4304
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