"Cuando es la memoria la que respira, todos los olores son buenos."
Bachelard
Por supuesto el verso quevediano se refiere al apéndice nasal y no específicamente al sentido del olfato. Si bien la nariz es roca angular de la simetría facial, trofeo de cirujanos plásticos y motivo de mil obsesiones morfológicas, el sentido del olfato debiera ser motivo de maravillada unción maguer se lleven usualmente la palma otros artilugios sensoriales como la vista o el oído.
El estudio del olfato ha sido territorio mas bien inexplorado. Recién el año 2004 dos investigadores (R Axel y L Buck) obtuvieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por su cabal descripción del sentido olfativo. Pocos habríamos imaginado que el 3% del genoma humano incluye codificación de receptores olfativos (el único sistema que abarca mayor espacio del genoma humano es el sistema inmune) y existen receptores en número mayor al millar y tan sensibles que son capaces de detectar sustancias diluídas hasta una parte en un trillón (como el mercaptano).
A diferencia de la visión o el oído, sentidos donde la estimulación debe ser concreta para desencadenar respuestas emocionales inmediatas y ostensibles, el olfato puede evocar respuestas emocionales aún cuando el foco atencional no se halle en el olor o éste se encuentre por debajo del umbral consciente de detección. Esto puede explicarse por la forma de las conexiones neuronales provenientes del epitelio olfativo, que abordan directamente áreas de procesamiento emocional como la amígdala y la corteza órbitofrontal, sin hacer posta en el tálamo como otras vías sensoriales. No significa obviamente que no seamos conscientes en general de los olores, sí lo somos -sobre todo de olores desagradables como algunos corporales-; pero sucede que en la mayoría de casos los olores forman parte evanescente de una atmósfera preatencional y las respuestas que suscitan son menos explicables desde la conciencia.
Se ha descrito un fenómeno llamado Síndrome de Proust -es de ver cómo el término síndrome ha pasado a adoptar significados más allá del escueto significado médico que se refiere al conjunto de signos y síntomas usualmente identificables pero cuyo conjunto no alcanza mayor especificidad-. Y este supuesto síndrome -fenómeno mejor, antes que síndrome- se refiere a la capacidad de ciertos individuos en los que la percepción olfativa puede despertar reconociblemente un amplio abanico de intensos recuerdos y vivencias, una especie de estallido deslumbrante de la memoria olfativa. Suele citarse un párrafo de 'En busca del tiempo perdido' que alegoriza el fenómeno -a este párrafo se le llama comúnmente 'La magdalena de Proust' -como magdalena se conoce a cierta especie de delicado panecillo-:
"Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro triste día tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme esa alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos.
(...)
Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té, y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más que me traiga otra vez esa sensación fugitiva.
(...)
Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse, algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé el qué, pero va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.
(...)
Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray.
(...)
Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan comienzan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y el Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."
Por cierto, aunque la experiencia que Proust describe es la de un sabor, debe recordarse que el sabor es 70% compuesto por la percepción olfativa y el resto por la gustativa. Se postula así que los olores pueden estimular el intenso recuerdo de eventos, particularmente infantiles, mejor que otros estímulos sensoriales y con mayor riqueza de contenidos afectivos. Sucede además que hay un predominio cultural, aprendido, de la memoria de contenido semántico -como la proveniente de estímulos visuales o auditivos-, en desmedro de la evocación olfativa cuya memoria es presemántica, no asociada a contenidos cognitivos o lingüísticos específicos.
Vivimos en medio de un gaseoso universo de estímulos olfativos, evasivos, inasibles tantas veces pero que misteriosamente nos conectan con otros idos universos. Un niño el otro día en la consulta narraba angustiado que la partida de su padre nuevamente a tierras extranjeras por motivos laborales, le privaría de compartir momentos, no crecería a su lado, perdería instantes quizá anodinos pero magnificados por la ausencia, y esta ansiedad lo desbordaba, lo ahogaba. Esa ansiedad también me asalta a veces. Cómo buscaremos ese tiempo perdido entonces, cómo lo recobraremos, por dónde empezar, -tal vez por la nariz-.
ENLACE:
- Sobre el Síndrome de Proust en La Fraternidad de Babel.
(...)
Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse, algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé el qué, pero va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.
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Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray.
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Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan comienzan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y el Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."
Por cierto, aunque la experiencia que Proust describe es la de un sabor, debe recordarse que el sabor es 70% compuesto por la percepción olfativa y el resto por la gustativa. Se postula así que los olores pueden estimular el intenso recuerdo de eventos, particularmente infantiles, mejor que otros estímulos sensoriales y con mayor riqueza de contenidos afectivos. Sucede además que hay un predominio cultural, aprendido, de la memoria de contenido semántico -como la proveniente de estímulos visuales o auditivos-, en desmedro de la evocación olfativa cuya memoria es presemántica, no asociada a contenidos cognitivos o lingüísticos específicos.
Vivimos en medio de un gaseoso universo de estímulos olfativos, evasivos, inasibles tantas veces pero que misteriosamente nos conectan con otros idos universos. Un niño el otro día en la consulta narraba angustiado que la partida de su padre nuevamente a tierras extranjeras por motivos laborales, le privaría de compartir momentos, no crecería a su lado, perdería instantes quizá anodinos pero magnificados por la ausencia, y esta ansiedad lo desbordaba, lo ahogaba. Esa ansiedad también me asalta a veces. Cómo buscaremos ese tiempo perdido entonces, cómo lo recobraremos, por dónde empezar, -tal vez por la nariz-.
ENLACE:
- Sobre el Síndrome de Proust en La Fraternidad de Babel.
2 comentarios:
qué sería del sabor del jarabe (emulsión creo que le llamaban) de aceite de hígado de bacalao sin ese olor que hasta ahora me hace correr a leguas de distancia... creo que si no oliera así, lo pasaría, pero el olor me transtorna por completo
sí me di cuenta, gracias, esta me gusta muchísimo más, ¿verdad que ya puedo dar de baja mi trapo colorado?
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