Es muy frecuente que nuestro Instituto sea llamado, para abreviar su edematizado nombre, el 'Noguchi'. Hasta sus propios trabajadores solemos usualmente emplear el apellido del notable médico y microbiólogo japonés Hideyo Noguchi como llevadero apócope para nombrar a nuestra amadísima institución. Pero es lamentable, si ya el nombre de nuestro prócer psiquiatra Honorio Delgado se soslaya en beneficio del prohombre nipón, que sea asaz frecuente -aún entre instituciones oficiales- la confusión del apellido Noguchi con otro relativamente homófono: 'Higushi', asumiendo erróneamente tal vez que el señero homenaje corresponda a la ex esposa de un reciente dictador de nuestra triste historia atestada de ellos.
En pocas palabras la historia de la fundación del Instituto es así: con una donación japonesa se iba a construir un centro comunitario de salud mental a fines de los años 1970 en el cono norte, una de las zonas más pobres y pujantes de Lima, pero las autoridades de salud de ese entonces, haciendo gala de oportuna sabiduría -y sabio oportunismo-, coordinaron con el gobierno japonés para construir de una vez ese Instituto Nacional que todos habían soñado en el Perú -incluyendo al mismo Honorio- y zás, por eso el nombre mixto y luengo.
De hecho, exceptuando algunos materiales y parte de la mano de obra, prácticamente nuestros benefactores se trajeron en peso al Instituto desde el Japón al cono norte de Lima -incluyendo una simpática colección de libros para la biblioteca, todos en idioma japonés-. Apréciense por ejemplo los detalles de la marca de fábrica en las astas made in Japan para las banderas :
Pero hubo un minúsculo detalle: el Instituto se construyó con el diseño original de planta hospitalaria, de manicomio sencillo pero honrado que inicialmente se proyectaba tener. Don Javier Mariátegui lo reconoció en su testimonio escrito al finalizar sus funciones en el Instituto: el hospital estaba diseñado para 200 camas. Actualmente, por razones diversas y seguramente atendibles, se emplea menos de la mitad de ellas.
Pero hubo un minúsculo detalle: el Instituto se construyó con el diseño original de planta hospitalaria, de manicomio sencillo pero honrado que inicialmente se proyectaba tener. Don Javier Mariátegui lo reconoció en su testimonio escrito al finalizar sus funciones en el Instituto: el hospital estaba diseñado para 200 camas. Actualmente, por razones diversas y seguramente atendibles, se emplea menos de la mitad de ellas.
Ambiente hospitalario mutado en oficina.
Cuarto de aislamiento no empleado como tal.
Sala de pabellón usada para otros fines y dividida por tabiques.
Placa del pabellón destinado inicialmente a internamiento de niños y adolescentes.
Vista aérea del Instituto con los dos pabellones originales de hospitalización: por eso se habla de Varones o Damas B1 o B2 (porque había un pabellón A).
En las fotos de la inauguración, un lejano junio de 1982, este cerrito llamado La Milla ubicado a espaldas del Instituto se veía como un enorme médano de arena- Hoy, poco más de un cuarto de siglo después, se aprecia así:
Y si esto es a pocas cuadras del Instituto, imagínese el crecimiento explosivo en el resto del cono norte de Lima: actualmente moran aquí más de dos millones de personas que representan más de la cuarta parte de habitantes de Lima.
¿Significa esto un desfasado elogio del hospitalismo manicomial al que aspiramos redivivo? ¿Acaso un desaire a la línea de investigación institucional epidemiológica que avanza viento en popa? No, convencidos estamos, como afirmaba Don Javier Mariátegui, que la psiquiatría social es la ruta que debe seguir la psiquiatría peruana. Que ésta no puede enclaustrarse en un recinto intramural a esperar que el escasísimo porcentaje de pacientes con capacidad de acceso económico y cultural llegue a tocarnos la puerta. Pero la vía correcta: ¿es lo que estamos haciendo hasta ahora para supuestamente lograr ser instituto? (Véase la Postal 2 al respecto.) En pocas palabras, nos parece que se formó malamente desde el inicio un híbrido entre ese añorado centro de salud mental comunitaria que iba a llamarse San Juan Bosco y el supuesto instituto nacional de salud mental con que salimos al paso de la gentil donación japonesa.
Por anticipado pidiendo excusas por la atrevida ignorancia y la pregunta tan boba: ¿no será que todavía no se ha fundado 'de a de veras' ese instituto nacional de salud mental que todos -incluído el mismo Honorio- deseábamos? Pasen la voz al toque cuando haya otra donación.
Poco feliz montaje de Honorio Delgado alegorizando al 'instituto Higushi' que actualmente poseemos.
2 comentarios:
Mi querido amigo:
El curioso Caso del Noguchi y su "Implosión" es la contracara de lo que sucedió con el querido y recordado Hospital Lazarte Echegaray, es decir, este hospital sufrió una explosión o una metástasis cancerígena. El Lazarte que se construyó inicialmente como hospital de nivel 1, derrepente se encontraba como nivel 4, en teoria, porque en la práctica era una proliferacion abigarrada y caótica. Si no recordemos nada más la zona de medicina 3, con su tétrica ala de neurología. Yo recuerdo que esa zona, durante mi infancia eran corredores y consulturios, y derrepente estaban siendo hospitalizados pacientes en un lugar claramente diseñado para salas de espera. Luego se creo una zona de UCIM en donde era el antiguo local de reposo de enfermería, etc, etc.
Como explicarlo, mi apreciado camarada, ignorancia, prepotencia de las autoridades, múltiples "planes de desarrollo" o de "enrollo", excusa para algún regodeo o discurso fatuo. De todo hay en este morral llamado política
Lo curioso del asunto es que el hospital Lazarte, de supuesto nivel 4, carecía de tomografo, lo que nos obligaba a unas escapadas a Tomonorte, que si eran al medio dia, yo aprovechaba para ir a almorzar a mi casa, situada en la Calle Cuba 359, El Recreo.
Ahora tengo una interrogante, sé que el Noguchi colinda con los terrenos del Hospital Cayetano Heredia, pero ¿existe alguna conexión directa entre ellos, o hay que rodear toda el area? Te imaginas si ingresaba al HNCH, yo al menos hubiera implementado alguna conexión para podernos ver frecuentemente y hablar, entre tantas cosas, sobre Heffner y Scarlatti.
La historia es inagotable en ribetes jocosos: hay una puerta entre ambas instituciones pero no se usa pues ninguno de los directores se puso de acuerdo en quién pagaría al vigilante. De modo tal que el traslado de pacientes debe ser en ambulancia para dar vuelta a la esquina. También hay un terreno adyacente -que iba a ser para un Instituto Neuroquirúrgico- y que fue invadido por trabajadores de ambos centros de salud hace años y donde han edificado sus viviendas -cariñosamente se llama Villasalud-. Todavía queda otro terreno más, cercado y sin uso aparente todavía -¿en espera de otra invasión?-. Sabios designios de las iluminadas autoridades, qué duda cabe.
Ah, tú te escapabas de las tomografías, ¿no, Pillín?
Esta ventanita de los comentarios es esa conexión para el diálogo, Tony. Un abrazo.
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