- En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.
- Lo que sé a los sesenta años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo, superfluo trabajo de comprobación.
- A medida que los años pasan, decrece el número de seres con quienes puede uno entenderse. Cuando no haya ya nadie a quien dirigirse, seremos al fin tal y como se era antes de sucumbir en un nombre.
- Algunos tienen desgracias; otros, obsesiones. ¿Quiénes son más dignos de lástima?
- Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
-¿Qué hace usted todo el día?
-Me soporto.
- Creo en la salvación de la humanidad, en el porvenir del cianuro.
- La ventaja no desdeñable de haber odiado mucho a los hombres es la de llegar finalmente a soportarlos por agotamiento de ese mismo odio.
- Sólo me entiendo bien con alguien que se encuentra en lo más bajo de sí mismo, sin el deseo ni la fuerza de recuperar sus ilusiones habituales.
- A pesar de su cabello blanco continuaba en la prostitución. La encontraba a menudo en el Barrio Latino hacia las tres de la mañana, y no me gustaba regresar a casa sin antes haberle oído relatar algunas hazañas o anécdotas. Tanto las hazañas como las anécdotas se me han olvidado. Pero no puedo olvidar la rapidez con que, una noche en que me puse a despotricar contra todos esos "piojosos" que dormían, ella comentó, levantando el índice hacia el cielo: "¿Y qué dice usted del piojoso de allá arriba?"
- Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
- Sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué tendrían razón para morir?
- Refutación del suicidio: ¿No es inelegante abandonar el mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?.
- Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.
- La fe, la política o la violencia reducen la desesperación; por el contrario, todo deja intacta a la melancolía: ella sólo podría cesar con nuestra sangre.
- Si exprimiéramos el cerebro de un loco, el líquido obtenido parecería almíbar al lado de la hiel que segregan algunas tristezas.
- A veces uno quisiera ser caníbal, no tanto por el placer de devorar a fulano o mengano como por el de vomitarlo.
- Lo que sé a los sesenta años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo, superfluo trabajo de comprobación.
- A medida que los años pasan, decrece el número de seres con quienes puede uno entenderse. Cuando no haya ya nadie a quien dirigirse, seremos al fin tal y como se era antes de sucumbir en un nombre.
- Algunos tienen desgracias; otros, obsesiones. ¿Quiénes son más dignos de lástima?
- Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
-¿Qué hace usted todo el día?
-Me soporto.
- Creo en la salvación de la humanidad, en el porvenir del cianuro.
- La ventaja no desdeñable de haber odiado mucho a los hombres es la de llegar finalmente a soportarlos por agotamiento de ese mismo odio.
- Sólo me entiendo bien con alguien que se encuentra en lo más bajo de sí mismo, sin el deseo ni la fuerza de recuperar sus ilusiones habituales.
- A pesar de su cabello blanco continuaba en la prostitución. La encontraba a menudo en el Barrio Latino hacia las tres de la mañana, y no me gustaba regresar a casa sin antes haberle oído relatar algunas hazañas o anécdotas. Tanto las hazañas como las anécdotas se me han olvidado. Pero no puedo olvidar la rapidez con que, una noche en que me puse a despotricar contra todos esos "piojosos" que dormían, ella comentó, levantando el índice hacia el cielo: "¿Y qué dice usted del piojoso de allá arriba?"
- Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.
- Sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué tendrían razón para morir?
- Refutación del suicidio: ¿No es inelegante abandonar el mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?.
- Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.
- La fe, la política o la violencia reducen la desesperación; por el contrario, todo deja intacta a la melancolía: ella sólo podría cesar con nuestra sangre.
- Si exprimiéramos el cerebro de un loco, el líquido obtenido parecería almíbar al lado de la hiel que segregan algunas tristezas.
- A veces uno quisiera ser caníbal, no tanto por el placer de devorar a fulano o mengano como por el de vomitarlo.
Emil Cioran (1911-1995) fue un escritor y filósofo rumano que residió en Francia la mayor parte de su vida aunque su patria verdadera fue la visceral amargura, la desoladora certidumbre de la condición humana y la cínica postura de su pensamiento.
Hubiera sido un desafío como "paciente" del Programa de Prevención del Suicidio pero murió de causas "naturales" -si las hay-.
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