martes, 4 de mayo de 2010

'En el manicomio almorzamos a las doce', una anécdota sobre Martín Adán







Martín Adán (Caricatura de Luis Armas).

Martín Adán (1908-1985), finísimo vate nuestro, fue mencionado antes en una entrada de esta bitácora: 'Etilismo y genio poético'. Como se sabe, el poeta fue huésped y paciente por largas temporadas en el antiguo hospital psiquiátrico de Lima debido a su inveterado alcoholismo. Hoy queremos recordarle nuevamente en esta sabrosa anécdota recogida por Pedro Escribano y tomada de su reciente y recomendable libro: Rostros de memoria - Visiones y versiones sobre escritores peruanos. (Fondo Editorial UCH. Lima, 2009). Buen provecho.



Fachada del antiguo Hospital Víctor Larco Herrera en Lima (c. 1920).


'En el manicomio almorzamos a las doce'

"Martín Adán por voluntad propia se había ido a vivir al hospital de enfermos mentales Víctor Larco Herrera. Allí se hospedaba feliz. Todo estaba bien hasta que su primo José Luis Bustamante y Rivero llegó a la presidencia de la República a finales de los años 40.

El nuevo Jefe de Estado debía reunir a sus ministros y colaboradores más cercanos. Alguien le recordó que tenía un primo poeta y que sería un buen jefe de prensa en Palacio de Gobierno.

José Luis Bustamante no lo dudó. Mandó a que viniera a las diez de la mañana. Y así fue. El poeta estaba al día siguiente, puntual, en la sala de espera. El ajetreo de instalarse en Palacio, así como las visitas oficiales y extraoficiales, tenían muy ocupado al Presidente. Y corrían las horas. Y Martín Adán desesperaba. Cansado, hasta fastidiado, en la primera oportunidad que pudo estar cerca del edecán, le preguntó a qué hora lo iba a atender el señor Presidente. Además, intrigado, preguntó para qué su eminencia lo había mandado llamar.

El edecán le explicó que esperara un poco más, que el Presidente lo requería con urgencia, pero estaba muy ocupado con algunos embajadores y visitas de amigos.

El poeta no aguardo más, y se levantó:

- Señor -dijo resuelto- no puedo esperar más. Dígale al señor Presidente que en el manicomio almorzamos a las doce en punto y, como verá, ya me gana la hora y tengo que irme.

Las otras personas que estaban en la sala de espera lo miraron con extrañeza. Unos, los que no sabían, se preguntaban qué hacía un loco haciéndole guardia al Presidente y otros, los edecanes y personal allegado a Bustamante y Rivero, que sabían que el poeta estaba allí porque iba a ser el secretario de prensa, quedaron más que sorprendidos.

El edecán alzó las cejas. Y sin más, sabiendo que el poeta era primo del Presidente, lo hizo pasar a otro ambiente. Al rato, apareció José Luis Bustamante.

- Cómo has podido decir eso, Rafael -le dijo Bustamante y Rivero-. El edecán y las otras personas que están allí saben que te he llamado para nombrarte jefe de prensa del Palacio de Gobierno.

-No, José Luis -protestó el poeta-. No. No acepto. Eso es pedirle a la oveja descarriada que vuelva al redil. Eso nunca.

El poeta lo miró de frente, hizo una venia respetuosa con su sombrero y enrumbó al hospital Larco Herrera. Su hora de almuerzo era sagrada."


Carátula del libro de Pedro Escribano.

8 comentarios:

Karen M. dijo...

Lizardo,

¡qué buena anécdota! yo quiero ese libro, se ve que está bueno.

saludos!!

B.

sin pepas... dijo...

si la cita era a las diez y él se supone que llegó al almuerzo casero, como buen pobre, en una carcocha del trasporte público, entonces no llegaron a pasar horas entre que esperó y protestó. me encantó el relato, pero ese detalle cojudo lo jodió todo, mal ahí, escribano

Santiago Stucchi-Portocarrero dijo...

Imagino que una respuesta similar dará usted cuando las altas cumbres del poder lo convoquen para un puesto olímpico ("en el Noguchi almorzamos a la una").

Lizardo Cruzado dijo...

Efectivamente, Karen, es un muy buen libro, cada anécdota es de antología.
Un saludo cariñoso.

Lizardo Cruzado dijo...

No puedo comentar el estado del transporte público en la Lima de los años 1940 y tampoco afirmar si efectivamente el condumio manicomial era al mediodía exacto o tal fue simplemente el argumento usado por el poeta. Tampoco veo porqué debiera suponerse que Martín Adán no se perdió el almuerzo de ese día. Eso, literalmente, no queda ni para la anécdota.

Lizardo Cruzado dijo...

Me temo, Dr. Stucchi, que no sería tan elegante yo como Martín Adán en la circunstancia que Ud. apunta.
Saludos.

sin pepas... dijo...

di lo que quieras, es mi opinión y ahí me quedo

Anónimo dijo...

Que loco tan agradable...