Aunque un autor del Siglo de Oro concedía misericordioso a sus lectores: "Y líbrete Dios, lector discreto, de prólogos largos y malos epítetos...", nunca alegó nada contra los capítulos introductorios, los que muchas veces soslayamos olímpicamente para ir, según nosotros, al tema, a la carnecita del libro, al meollo (con esa inmediatez pragmatista y alharaquienta, impaciente y frenética, distintiva de nuestra época). Y así sucede que a los libros de psicopatología los hemos tomado ingenuamente cual meros tesauros de signos y síntomas psíquicos, como meros glosarios de indicadores de locura, equivocadamente asumidos cual fenómenos eternos y platónicos que deberíamos marcar en listas de cotejo como ausentes o presentes y luego, fácilmente, lograr la sumatoria de un "trastorno".
Habrá que revisar más estos capítulos introductorios, de proemio, con la humildad imprescindible de quien alguna vez quiso servir a sus pacientes y no servirse nomás de su especialidad, para hallar así frases lustrales como las del texto de Introducción a la Psicopatología General de Scharfetter:
"El paciente no “tiene” síntomas, sino que vivencia determinadas experiencias y se comporta así de un modo, describible, desviado con respecto a la norma del grupo. Nada de lo que hace es, sin más, absurdo. No se trata aquí de una afirmación de índole científica, sino del reconocimiento de la psicopatología como doctrina del vivenciar y camino hacia la terapéutica. Tan sólo adoptando esta actitud nos ajustaremos al hombre enfermo."
"El hombre ha de ser considerado siempre dentro de su contexto social, jamás aisladamente. Por ello, toda psiquiatría auténtica es psiquiatría social"
"Si se logra el diálogo, ceden muchos de los síntomas calificados como psicopatológicos, para retornar en cuanto la persona en cuestión se queda sola o ha de vivir en un entorno insano, es decir: aislado o insolublemente contradictorio. Así pues, jamás hay que considerar a un enfermo como aislado de lo que le rodea."
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