viernes, 28 de febrero de 2014

James Norris tenía un nombre



James Norris, American seaman confined in Bedlam.  (US National Library of Medicine).

Lo hemos visto mudo y sin nombre en distintas ilustraciones de historia de la psiquiatría o de la antipsiquiatría. Lo hemos puesto en distintas presentaciones de Power Point en tantos auditorios a oscuras, con su profundo mirar pesaroso, con esos ojos no por resignados menos acusadores. Hasta lo imaginábamos producto de la imaginación antipsiquiátrica de algún ilustrador anónimo (craso error estúpido). Con esos tonos variantes del gris, con ese tubo que parece de calefacción a sus espaldas y ese raro turbante, la perspectiva mal hecha de los bloques pétreos en los muros y esa vestimenta holgada y engañosamente blanca, pero no, no era fantasiosa imagenería, ese hombre existió, ese prójimo existió y tuvo un nombre. 

Su nombre era James Norris (no William, como erróneamente ha sido identificado), y fue un marinero norteamericano que estuvo hospitalizado en Bedlam desde el año 1800, en el famoso asilo británico de tremenda recordación, y que captó la atención pública en 1814 cuando el parlamento británico supo de su caso pues había estado toda una década (¡10 años!) restringido por varios kilos de metal alrededor de su maltrecha humanidad. Fueron hasta seis los miembros del Parlamento británico que llegaron hasta su lado -el primero de ellos fue E. Wakefield- y tras sus gestiones llegó a ser liberado de sus pesados grilletes. Lamentablemente, dadas las penosas condiciones en que había vivido tantos años, Norris falleció tras pocas semanas, víctima de una enfermedad pulmonar, probablemente la tuberculosis, pero ya con una libertad escueta, apocada, tardía. Los visitantes de Bedlam pagaban un "penny" para verlo en el año de 1814, el último de su vida y de su carcelería, y 96 000 turistas pasaron indiferentes frente a él....

El boceto original fue pergeñado por G. Arnald y luego perfeccionado por G. Cruikshank. De hecho, la leyenda original del boceto reza: Cruikshank was hired to etch Norris’s portrait, including the inscription: Sketch from the Life in Bethlem, 7th June 1814, by G. Arnald, Esq., A.R.A. Etched by G. Cruikshank from the Original Drawing Exhibited to the Select Committee of the House of Commons on Madhouses, 1815.

Se llamaba James, tenía un nombre... 





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ENLACES:

- James Norris - an insane american - en: The Curator's Choice.

- An insane American - en: Graphic Arts. 



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lunes, 24 de febrero de 2014

Canción de amor





Calle de Praga por la noche (Fuente)





Oigo lo que no oyen los demás, 
pies descalzos pisando terciopelo.

Suspiros bajo el sello de una carta,
el estremecimiento de las cuerdas, cuando las cuerdas no tiemblan.

Huyendo alguna vez de la gente,
veo lo que no ven los demás.

El amor, vestido con la risa
que se oculta en las pestañas sobre los ojos.

Cuando todavía tiene copos de nieve en los bucles,
veo florecer la rosa en el rosal.

Oí al amor partir
cuando unos labios rozaron los míos por primera vez. 

Quién, sin embargo, detendrá mi esperanza: 
ni siquiera el miedo al desengaño

para que a tus rodillas no se ponga.
La más hermosa suele estar loca.




(Praga, 1901-1986)




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miércoles, 19 de febrero de 2014

Honorio Delgado: recuerdos




Caricatura de Honorio Delgado por Esquerriloff.

La anécdota que evoca el espíritu y talante de una persona a veces significa mucho más que una abigarrada biografía. Aquí, en este rincón de miscelánea psiquiátrica somos cultores de lo anecdótico, género sin duda menor pero por ello más sápido y más entrañable. Y uno de nuestros personajes favoritos es don Honorio Delgado, inmenso prohombre la la psiquiatría y de la cultura de nuestro país, hoy tan carente de gentes como él.

En este recuerdo breve evocado por Luis Trelles, neurólogo fallecido prematuramente, hijo de Óscar Trelles y con quien Honorio Delgado fundara la Revista de Neuro-Psiquiatría hace más de 75 años, se evoca al hombre de carácter y de laborioso espíritu contraído al trabajo, de acendrados valores espirituales y de metódica existencia, quien hasta al pie de la tumba no abdicó de su labor y su interés por su querida Revista.

Ah, Don Honorio recomendaba proponerse leer diez libros importantes, cuando menos, al año... Es una pena porque o se lee más número de libros pero ninguno importante o simple y lamentablemente no nos acercamos ni a la mínima decena impuesta por él.



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ENLACE:

- Trelles-Montero, L. Honorio Delgado: recuerdos. Revista de Psicología PUCP. 1989; 7 (2): 165-166.



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martes, 11 de febrero de 2014

No tema por Ud., Doctor, es una entrevista psiquiátrica solamente...






"El estudiante no debe tratar de imitar la imagen de Freud con un traje de doble pechera. Si el paciente dice un chiste y éste es bueno, ría con él. Si el paciente quiere saber algo acerca de Ud., de dónde proviene, si es casado y tiene hijos, respóndale. Es un  mito desdichado que las relaciones entre médico y paciente deben ser únicamente unilaterales, y que el paciente debe decirlo todo, y el médico nada. De manera no preocupada, y respetando siempre la dignidad del paciente, debe sentirse Ud. libre de decir quién es, tanto en los hechos que ponga de manifiesto como en la actitud que comunique.  Hay veces en que es apropiado -de hecho indicado- tocar al paciente en la mano o el hombro. Esto se percibirá como un acto "de falsedad" si Ud. es naturalmente reservado, por lo que quizá no deba efectuarlo; si este es el caso, no fuerce las cosas, pero nunca debe temer abrirse y ser humano. El contacto físico es un "fármaco" potente que, como cualquier otro, puede tener efectos colaterales de primer orden. Se requiere experiencia para saber cuándo tocar al paciente y cuándo no. Aún así, se ha escrito mucho sobre el psiquiatra como témpano de hielo: silencioso, frío, inflexible. Se sabe también que al paciente se le puede "tocar" de muchas maneras. La expresión comprensiva o el aspecto sincero de preocupación en su rostro pueden tocarlo a menudo con mayor profundidad que la mano de Ud.  sobre su hombro. Sea Ud. mismo. Cuando se comunique, ya sea mediante palabras o movimientos de las manos, déjese guiar por su respuesta a la pregunta; "¿Estoy haciendo esto por mi paciente?"


Goldman HH. Psiquiatría general. 
México: Manual Moderno: 2001. p. 151. 



El Goldman  fue uno de mis primeros -hoy viejos- libros de psiquiatría al principiar la residencia psiquiátrica. No recuerdo luego que nunca ninguno de mis maestros me haya enseñado esto aparentemente tan sencillo, aparentemente tan justo. Y es irónico lo muertos de miedo que vamos tantas veces a la entrevista psiquiátrica los propios psiquiatras, con nuestra ridícula pedantería destinada a esconder nuestra ignorancia, con nuestra irrisoria arrogancia que impide el encuentro real y auténtico de dos seres humanos -mientras nos apresuramos a escribir una receta llena de psicofármacos-.







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viernes, 7 de febrero de 2014

Tomar el pulso






Tomar el pulso es una expresión que ha trascendido el ámbito del examen físico practicado por el médico para significar la captación medular de algo, el escrutinio del estado global de una situación.  "Tomar el pulso" denota que nos conectamos con el corazón mismo de la persona para estar pendientes del ritmo cardiaco, de su regularidad, de su fuerza, de su aceleración; de sus disturbios, de sus misterios, de su inminente cese o de su tranquilizador perdurar.

Al tomar el pulso le estamos comunicando al paciente: "estoy atento a tu corazón". Y lo tocamos en un rito simple y repetido desde épocas antiguas en cada contacto de un sufriente con su sanador.

Aunque en psiquiatría el examen físico es a veces soslayado, existen situaciones clave en que el gesto de tomar el pulso no solo informa al médico sino que tranquiliza al paciente: esto es, cuando la persona que acude a nos se halla ansiosa, angustiada, casi en crisis de pánico, y con el corazón desbocado.

Usualmente el lapso en que tomamos delicadamente la muñeca del paciente mientras observamos con atención el segundero del reloj, establece un momento de absoluta cercanía con la angustia de nuestro usuario. Nunca se exagerará la importancia de este gesto doblemente útil: que comunica la seriedad con que tomamos la angustia de nuestro paciente y demuestra que estamos asegurándonos de la estabilidad de su latido cardiaco, además de que establecemos contacto directo con él.

Hace unos días advertimos, cuando indicamos a una estudiante que tome el pulso de un paciente angustiado y en aparente abstinencia alcohólica, que nuestra alumna se apresuraba a sacar de un bolsillo su "smartphone", lo manipulaba ante el desconcierto del paciente -y el mío- buscando una aplicación de cronómetro para así poder cumplir con lo indicado, de modo tal que que dilapidó todo un apreciable momento y más parecía que ella estuviese haciéndonos "phubbing". La susodicha carecía de un sencillo reloj de pulsera y no pudo tomar el pulso como los médicos de hace tantas generaciones lo han hecho, en el sencillo acto de tomar una muñeca ajena y mirar en la propia el giro regular de un segundero.

Cosas de la modernidad, sin duda, esto de tomarle el pulso al "smartphone".


* * *


Nos enteramos recién de la muerte de Theodore Millon, acaecida pocos días hace. Millon, reconocido estudioso de la personalidad, brindó una amplia bibliografía que el común de psiquiatras ha frecuentado aunque posiblemente no en la debida profundidad. Si para Eysenck la unidad básica de estudio de la psicología era la personalidad -así de relevante le parecía ello-; la comprensión del individuo y su personalidad en base a las etiquetas del DSM, como es frecuente, constituye una irrisoria situación que empobrece nuestra labor. No es saber "qué" tiene cierta persona solamente, sino "quién" es la persona, y en este paso penosamente muchos corremos presurosos con lo que tenemos puesto hacia las páginas de los manuales clasificatorios en busca del "cluster A, B, o C".

Habrá que conmemorar a Millon, leyéndolo y releyéndolo, pero no solamente en las segundas partes de sus libros, donde tiene que referirse a las clasificaciones al uso y desde el punto de vista de la patología, sino en las radiantes primeras partes donde habla de la personalidad desde la totalidad y la normalidad.

Descanse en paz, Maestro.


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Los vi de lejos en el parque, airados bajo el aire caliente del mediodía. El jovenzuelo varios pasos delante de la chiquilla y alejándose sin mirarla, furioso. Habían discutido, sin duda, y él gritaba una y otra vez sin voltear hacia ella: "¡Búscame cuando madures! ¡Cuando madures me buscas!"

El atardecer, mientras tanto, se tomaba su tiempo y el verano no acababa de decidirse a entrar al año.


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Nuestro amigo, el Dr. Brea, tiene hoy una bella entrada en su blog sobre La necesidad de leer.

Hay tanto que decir sobre ello pero más, mucho más hay que leer. Aunque no sea cierta aquella opinión citada por Virginia Woolf, de por sí es bella y no me resisto a citarla inspirado por la entrada antedicha:

"He soñado a veces que cuando amanezca el Día del Juicio y los grandes conquistadores y abogados y juristas y gobernantes se acerquen para recibir su recompensa (coronas, laureles, sus nombres tallados de manera indeleble en mármol imperecedero), el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea venir con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, esos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer"". (En: Manguel A. Una historia de la lectura. Madrid: Alianza; 2013. p. 575.)



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Otras entradas relacionadas en el blog:

'Masters of the Mind', de Theodore Millon

- Honorio Delgado sonríe

- Secretos de la emergencia psiquiátrica

- Mirar a los ojos