Son momentos de grata expectativa la llegada de los nuevos médicos residentes de psiquiatría a nuestro hospital: espíritus jóvenes, prestos y ávidos para las experiencias nuevas que acontecen, deseosos de aprender, cuestionar, crecer, desafiar y surgir. Cómo es que inadvertidamente nos las ingeniamos para paulatinamente atrofiar sus mentes y para que al cabo de tres años (currículum oculto, que lo llaman) resulten siendo casi idénticos a nosotros, sería tema para otro blog. Pero mientras dura el embeleso del primer año, no podemos dejar de atesorar breves viñetas de sus primeras guardias por el departamento de urgencias psiquiátricas:
I
El primer usuario de la mañana de la primera guardia de un nuevo colega residente es una dama con esquizofrenia paranoide, con alucinaciones auditivas que la atormentan al punto de motivarle ideas suicidas. Desea su pronto restablecimiento pues constituye el único sostén, trabajando como obrera de limpieza, para sus dos hijos adolescentes que la acompañan. En su desmejoría ha influído el desabastecimiento de decanoato de flufenazina por largos meses, el antipsicótico de depósito que recibía, por desidia y negligencia de los directivos del Ministerio de Salud.
La segunda usuaria de la mañana es una adolescente de 17 años con múltiples crisis suicidas, una relación inestable con su enamorado con el que se celan y se agreden mutuamente, culminan su relación para al poco tiempo retomarla y en quien un hecho crucial de su corta vida fue el abandono de su padre a sus 11 años de edad quien se marchó a los Estados Unidos y le envía dinero según oscile la relación telefónica con la madre de la adolescente. Las llamadas telefónicas hacia la chiquilla también oscilan en frecuencia según esto. Y la madre la trata no como a una hija sino como a una hermana menor y díscola e irredimible.
Nuestro novel residente, con la frescura de quien aún no ha tenido contacto con el DSM, nos preguntó cariacontecido luego: ¿y quién está más loco? ¿la primera usuaria o el padre de la usuaria número dos?
II
Un anochecer frío del invierno limeño, tan húmedo que no nos sorprendería ver un cardumen de peces nadando ante nuestras narices, llega un joven adolescente ansioso con su tía ansiosa y bullanguera: la tía es nada menos que técnica de enfermería de un hospital de primer nivel del cono norte de Lima y le han recomendado que lleve a su sobrino a la emergencia de nuestro hospital psiquiátrico.
La historia es breve: el muchacho de 19 años, proveniente de una zona rural del Perú, ha sufrido vergüenza ante su padre, quien cuando el mozuelo se besuqueaba con su enamorada a puertas del hogar, lo apostrofó por un asunto de menor cuantía. Al poco rato el doncel empezó a quejarse de cefalea y de mareos y de náuseas y finalmente de vómitos; incluso, en medio de su desazón perturbadora, percibía una voz alucinada que se burlaba ignominiosamente de él. No está demás anotar que el muchacho de marras era un artista en ciernes, músico, bailarín y muy sugestionable.
Fue llevado a un centro médico donde se le sometió a exámenes diversos y recibió medicamentos sin beneficio. No había sido la primera vez que dicho cuadro lo acongojaba y en la ocasión previa mejoró con la aplicación de efectivos "sueros intravenosos". Cuando esta vez no los recibió se sintió contimás frustrado y, al salir de un segundo centro médico sin recibirlos, sufrió una especie de síncope y fue llevado a nuestra emergencia adonde llegó ya despierto y alerta.
Luego de la entrevista a solas con el jovenzuelo el diagnóstico era por demás cantado: se trataba de un caso de "chucaque", un síndrome cultural de nuestro medio donde, tras una emoción intensa de vergüenza, la persona afectada sufre de disturbios neurovegetativos aparatosos y que se resuelve por procedimientos aceptados en su entorno: por ejemplo, tirar de un mechón de cabellos y cuando éste se desprende de la galea aponeurótica, ese sonido: ¡crac!, representa que se ha liberado a la persona del "chucaque". Y la persona, efectivamente, sana.
Cuando llamamos a la tía, por demás nerviosa, y le revelamos el diagnóstico de "chucaque", experimentó considerable alivio junto al sobrino. Sucedía que "un doctor", de la "medicina científica" como el suscrito, los autorizaba a usar su diagnóstico cultural y así ellos pudieron someter al jovenzuelo al procedimiento que no se habían atrevido a emplear, en su circunstancia de aculturación (donde participar de sus creencias ancestrales llega a ser soslayado por estas personas en un afán de completar su occidentalización e inclusión en la vida urbana y moderna)..
Y es que los diagnósticos de síndromes culturales existen y no lejos, sino entre nosotros mismos, pero soterradamente: Qui potest capere capiat!
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Otras entradas relacionadas en este blog:
- Guardia nocturna
- El Curso de Psiquiatría de Honorio Delgado
- El R1 Karl Jaspers
- Tarjeta navideña del Doctor Mori
I
El primer usuario de la mañana de la primera guardia de un nuevo colega residente es una dama con esquizofrenia paranoide, con alucinaciones auditivas que la atormentan al punto de motivarle ideas suicidas. Desea su pronto restablecimiento pues constituye el único sostén, trabajando como obrera de limpieza, para sus dos hijos adolescentes que la acompañan. En su desmejoría ha influído el desabastecimiento de decanoato de flufenazina por largos meses, el antipsicótico de depósito que recibía, por desidia y negligencia de los directivos del Ministerio de Salud.
La segunda usuaria de la mañana es una adolescente de 17 años con múltiples crisis suicidas, una relación inestable con su enamorado con el que se celan y se agreden mutuamente, culminan su relación para al poco tiempo retomarla y en quien un hecho crucial de su corta vida fue el abandono de su padre a sus 11 años de edad quien se marchó a los Estados Unidos y le envía dinero según oscile la relación telefónica con la madre de la adolescente. Las llamadas telefónicas hacia la chiquilla también oscilan en frecuencia según esto. Y la madre la trata no como a una hija sino como a una hermana menor y díscola e irredimible.
Nuestro novel residente, con la frescura de quien aún no ha tenido contacto con el DSM, nos preguntó cariacontecido luego: ¿y quién está más loco? ¿la primera usuaria o el padre de la usuaria número dos?
II
Un anochecer frío del invierno limeño, tan húmedo que no nos sorprendería ver un cardumen de peces nadando ante nuestras narices, llega un joven adolescente ansioso con su tía ansiosa y bullanguera: la tía es nada menos que técnica de enfermería de un hospital de primer nivel del cono norte de Lima y le han recomendado que lleve a su sobrino a la emergencia de nuestro hospital psiquiátrico.
La historia es breve: el muchacho de 19 años, proveniente de una zona rural del Perú, ha sufrido vergüenza ante su padre, quien cuando el mozuelo se besuqueaba con su enamorada a puertas del hogar, lo apostrofó por un asunto de menor cuantía. Al poco rato el doncel empezó a quejarse de cefalea y de mareos y de náuseas y finalmente de vómitos; incluso, en medio de su desazón perturbadora, percibía una voz alucinada que se burlaba ignominiosamente de él. No está demás anotar que el muchacho de marras era un artista en ciernes, músico, bailarín y muy sugestionable.
Fue llevado a un centro médico donde se le sometió a exámenes diversos y recibió medicamentos sin beneficio. No había sido la primera vez que dicho cuadro lo acongojaba y en la ocasión previa mejoró con la aplicación de efectivos "sueros intravenosos". Cuando esta vez no los recibió se sintió contimás frustrado y, al salir de un segundo centro médico sin recibirlos, sufrió una especie de síncope y fue llevado a nuestra emergencia adonde llegó ya despierto y alerta.
Luego de la entrevista a solas con el jovenzuelo el diagnóstico era por demás cantado: se trataba de un caso de "chucaque", un síndrome cultural de nuestro medio donde, tras una emoción intensa de vergüenza, la persona afectada sufre de disturbios neurovegetativos aparatosos y que se resuelve por procedimientos aceptados en su entorno: por ejemplo, tirar de un mechón de cabellos y cuando éste se desprende de la galea aponeurótica, ese sonido: ¡crac!, representa que se ha liberado a la persona del "chucaque". Y la persona, efectivamente, sana.
Cuando llamamos a la tía, por demás nerviosa, y le revelamos el diagnóstico de "chucaque", experimentó considerable alivio junto al sobrino. Sucedía que "un doctor", de la "medicina científica" como el suscrito, los autorizaba a usar su diagnóstico cultural y así ellos pudieron someter al jovenzuelo al procedimiento que no se habían atrevido a emplear, en su circunstancia de aculturación (donde participar de sus creencias ancestrales llega a ser soslayado por estas personas en un afán de completar su occidentalización e inclusión en la vida urbana y moderna)..
Y es que los diagnósticos de síndromes culturales existen y no lejos, sino entre nosotros mismos, pero soterradamente: Qui potest capere capiat!
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