La noche nos impone su tarea
mágica. Destejer el universo,
las ramificaciones infinitas
de efectos y de causas, que se pierden
en ese vértigo sin fondo, el tiempo.
La noche quiere que esta noche olvides
tu nombre, tus mayores y tu sangre,
cada palabra humana y cada lágrima,
lo que pudo enseñarte la vigilia,
el ilusorio punto de los geómetras,
la línea, el plano, el cubo, la pirámide,
el cilindro, la esfera, el mar, las olas,
tu mejilla en la almohada, la frescura
de la sábana nueva, los jardines,
los imperios, los Césares y Shakespeare
y lo que es más difícil, lo que amas.
Curiosamente, una pastilla puede
borrar el cosmos y erigir el caos.
Jorge Luis Borges
La cifra (1981)
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Hace poco llegó una señora abatidísima a la consulta: aquejada de pertinaz insomnio, había acudido a colega de renombre y narrado entre lágrimas su prolongado desencuentro con Morfeo. El colega manifestóle que nada mejor para el fino diagnóstico de su cuita que someterse, sin pérdida de tiempo, a un estudio polisomnográfico. Así, la dama continuó su peregrinaje y finalmente llegó a nosotros, más abrumada aún tras haber averiguado el costo mayúsculo del recomendado pero inalcanzable estudio. Lo que, adunado a su depresión de base, responsable en buena cuenta de su falta de reparador sueño, la traía más desesperanzada y al borde del colapso de su sistema nervioso.
No es nuevo que en esta época signada por el tráfago de la novedad nos hayamos vuelto tan proclives a la novelería: sin más trámite de anamnesis meticulosa y examen acucioso, al examen auxiliar lo hemos despojado de su adjetivo definitorio para entronizarlo como "examen principal". Ergo, ahora somos "médicos auxiliares" sometidos al vasallaje de los "exámenes principales".
Y no se diga nada de nuestro muy liberal empleo de la farmacopea de medicamentos hipnóticos (alguna vez un estudiante nos hizo reparar en que hemos llegado a prescribir benzodiazepinas como quien obsequia inofensivos caramelos), descuidando en primer término la correcta valoración de la higiene del sueño: ¿abusa de estimulantes el paciente? ¿no posee rutinas saludables para conciliar el sueño?, ¿por ventura, lo ha invertido?, ¿posee hábitos perniciosos y que alejan a Morfeo?
Y si a esto añadimos el desencuentro entre nuestra expresión con la del paciente, en desmedro del entendimiento mutuo (como mencionamos en un post previo y donde otra experiencia simple y breve nos llamó la atención), en un abrir y cerrar de ojos tendremos al paciente marchándose de la consulta con una extensa orden de "exámenes principales" y una vistosa receta donde habremos prescrito numerosos psicofármacos.
Un pequeño ejemplo penoso es la anécdota que referimos, y los versos finales resignados del poema borgeano nos exhortan a no abandonar sin más trámite la maravilla del sueño a un aparato o a una tableta. Nuestra madura dama mejoró, previsiblemente, con el abordaje conveniente de su cuadro depresivo. Y así volvió, superadas las rencillas y malentendidos, plácidamente a entregarse a los hercúleos brazos de Morfeo.
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NB: La primera imagen es el registro computarizado de todos los datos que recoge el examen polisomnográfico; la segunda, aparatosa, no es un dispositivo de polisomnografía, vale aclararlo, sino que alegoriza al médico de hoy quien, a manera del verso vallejiano, tiene más confianza en el anteojo que en el ojo.
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>ahora somos "médicos auxiliares" sometidos al vasallaje de los "exámenes principales".
ResponderEliminarQue gran verdad, amigo Lizardo. Hemos pasado a segundo plano, y con la venia de individuos influyentes. Un prohombre y humanista de por acá llegó a anunciar a los cuatro vientos: "cuando esté enfermo, que me den técnica". Y ya sabes, siembra vientos...
Humanos saludos.
Nada menos, amigo José Manuel, lo que me aterra es pensar cuando uno mismo se enferme y ocupe el otro lado del escritorio: ¿con quién y cómo me encontraré?
ResponderEliminarUn fraterno abrazo.