jueves, 3 de enero de 2013

Para empezar el año...








El Reloj 
(un texto de Máximo Gorki).


I.

¡Tic tac, tic, tac!

En el silencio y la soledad nos angustia la noche al escuchar la impasible indolencia de la péndola del reloj: latidos monótonos y matemáticamente regulares, registrando de un modo uniforme siempre una sola y misma cosa, el incansable movimiento de la vida. La oscuridad y el sueño envuelven la tierra, mientras se calla todo. Sólo el reloj registra, con fría y ruidosa actitud, la desaparición de los segundos... Oscila la péndola y se abrevia la vida un segundo, una minúscula partícula del tiempo impartido a cada uno de nosotros, un segundo que no volverá ya. ¿De dónde vienen los segundos y adónde van? No responderá a eso nadie... Y hay todavía muchas preguntas a las cuales no se ha respondido y hay otras cuestiones más graves de cuya solución depende nuestra dicha. ¿Cómo vivir para tener conciencia de que se es necesario a la vida? ¿Cómo vivir sin perder fe ni deseo? ¿Cómo vivir para que no desaparezca ningún segundo sin emocionar el alma ni el espíritu? ¿Responderá un día a todo eso el reloj del movimiento sin fin, y qué dirá el reloj a todo eso?


II.

¡Tic tac, tic, tac!

Nada más impasible en el mundo que un reloj: con idéntica regularidad nace en el instante de nuestro nacimiento y en el momento que cortáis con avidez las flores del ensueño de la juventud. Desde aquel en que nace, cada día se avecina el hombre a la muerte más de cerca. Y cuando jadeéis en la agonía, descontará sus segundos el reloj seca y tranquilamente. En su frío descuento -¡prestad oído!- existe algo de omnisciente y harto de tanto saber. Nada le conmoverá jamás ni le será querido nada. Es indiferente, y si pretendemos vivir, se nos hace indispensable para crear otras horas plenas de sensaciones y de pensamientos, plenas de acción, para sustituir esas horas aburridas, monótonas, que asesinan de fastidio el alma, esas horas con latidos reprobatorios y glaciales.


III.

¡Tic tac, tic, tac!

En el incansable movimiento del reloj no se marca ningún punto fijo. ¿Qué es, pues, lo que llamamos el presente? Después de un segundo nacido nace otro segundo  que empuja al primero en un abismo de tinieblas ignotas...

¡Tic tac, tic, tac! Y sois dichosos. ¡Tic tac! Y en vuestro corazón se derrama el quemante veneno de la pena y puede permanecer en vosotros para toda la vida, para todas las horas de vuestra vida, si no intentáis llenar cada segundo de vuestra vida con un algo feliz y viviente. Seductor es el sufrimiento, peligroso privilegio; cuando lo poseemos no buscamos, por lo general, otro derecho más alto que el título de hombre. Pero abunda tanto este sufrimiento que ha abaratado y casi no se beneficia ya con la atención humana. Por eso resulta una inversión muy dudosa el apego al sufrimiento, y conviene proveerse de algo más original, más precioso, ¿verdad? El sufrimiento es un valor en baja... No conviene quejarse de la vida a quienquiera que sea, pues rara vez encierran las palabras de consuelo lo que en ellas se busca. En resumidas cuentas, la vida es más pletórica y más interesante cuando lucha el hombre contra lo que le impide vivir. Durante la lucha, sin que lo advierta uno, se esfuman las horas de tristeza y hastío.


IV.

¡Tic tac, tic, tac!

Es ridículamente corta la vida del hombre. ¿Cómo vivir? Estos esquivan a la vida obstinadamente y aquellos se consagran a ella totalmente. Los primeros serán pobres de espíritu y de recuerdos en el declive de sus días; los segundos, ricos de uno y de otros. Morirán éstos, lo mismo que morirán aquéllos, y de todos no quedará nada si nadie consagra con desinterés su espíritu y su corazón a la vida... Y cuando muráis, el reloj contará con impasibilidad -¡tic-tac!- los segundos de vuestra agonía. Y durante esos segundos nacerán nuevos hombres, a razón de algunos por segundo, y vosotros... ¡os habréis acabado! Y nada quedará de vosotros en la vida, excepto vuestro cuerpo, que olerá mal. ¿Acaso no se rebela vuestro orgullo contra la creación automática que os ha lanzado a la vida, que os ha arrancado de ella luego..., y que hace que de pronto se termine todo? Implantad, pues, en la vida el recuerdo vuestro, caso de que estéis orgullosos y afligidos de vuestra sumisión a los móviles ocultos del tiempo. Reflexionad un poco acerca de vuestro papel en la vida. Se fabrica un ladrillo y luego queda inmóvil  ahí, en un edificio; pero después cae hecho polvo y se desvanece. ¿Es modesto y trivial equivaler a un ladrillo, eh? Por tanto, no os asemejéis a un ladrillo si tenéis una inteligencia o un alma o si queréis conocer horas buenas, plenas de sensaciones y de ideas, horas de tempestad.


V.

¡Tic tac, tic, tac!

Si os dedicáis a pensar lo que significáis al presente en ese movimiento infinito de las horas, quedaréis agobiados por el sentimiento de vuestra nulidad. ¡Ojalá os hiera ese sentimiento! ¡Ojalá despierte en vosotros la soberbia y podáis experimentar hostilidad hacia la vida que os humilla y declararle la guerra! ¿En nombre de qué? Cuando la naturaleza privó al hombre de la facultad de andar a cuatro patas, le dio como bastón el ideal. Y desde entonces, inconscientemente, se lanza a lo mejor: ¡siempre más arriba!  Haced que sea consciente ese impulso; enseñad a los hombres a comprender que sólo en el esfuerzo consciente hacia lo mejor reside la verdadera ventura. No os quejéis de vuestra impotencia, no os quejéis de lo que sea. Lo único que vuestra queja puede proporcionarnos aún es la lástima, limosna de los pobres de espíritu. Todos los hombres son idénticamente desdichados; pero el más desdichado de todos es el que hace gala de su desdicha. Esas personas, en mayor proporción que todas las demás, están ávidas de llamar la atención y son menos dignas que ninguna. El ímpetu adelante constituye el móvil de la vida. ¡Ojalá sea ímpetu la vida toda, y entonces habrá en ella horas de un excelso esplendor!


VI.

¡Tic tac, tic, tac!

"¿Por qué le fue otorgada la luz al hombre cuya vía está obstruida y que Tú rodeaste de tinieblas?" Es el viejo Job quien se lo pregunta a Dios. Ahora ya no hay hombres que, acordándose de que son hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, tengan la audacia de hablarle como Job, y, de ordinario, sustentan hoy las personas una ruin estimación de sí mismas. Se ama poco la vida, y hasta somos inhábiles para amarnos a nosotros mismos. Al propio tiempo se tiene miedo a la muerte, aunque no la evite nadie, según sabemos. Inevitable; ésa es la ley. Sí; desde que aparece sobre la faz de la tierra, continúa muriendo el hombre, y a ello ha de habituarse, que en cualquier momento es hora ya. El sentimiento del deber cumplido puede destruir el miedo de la muerte, y haber recorrido honestamente nuestra ruta nos depara un final apacible. ¡Tic-tac!... Y del hombre no quedarán sino los actos. Y para él se detendrá el reloj a la vez que sus deseos, y se pondrá en marcha otro reloj: el que juzgue su vida, reloj austero.


VII.

¡Tic tac, tic, tac!

En el fondo todo es bastante sencillo en este mundo que se empecina en las contradicciones, que vive dentro de la mentira y de la maldad. Y sería más sencillo aún si los hombres se examinaran unos a otros y si cada cual tuviera un amigo al lado suyo. Solo, incluso si es grande, continua siendo pequeño el hombre. Se hace indispensable la comprensión mutua. De sobra sabemos cómo hablamos todos más oscuramente y peor de lo que pensamos. Para abrir nuestro corazón al prójimo no basta disponer de muchas palabras, y si perecen sin dejar rastro muchas ideas importantes y graves es porque no se les dio en un tiempo la forma que requerían. Al nacer un pensamiento existe el deseo sincero de encarnarlo en palabras precisas y claras...; pero faltan esas palabras.

¡Más atención al pensamiento! Ayudadle a nacer y siempre recompensará vuestro trabajo. Por doquiera hay pensamientos y hasta en la grieta de la piedra los leeréis cuando queráis. Si quieren los hombres, a su alcance estará todo; si quieren serán serán señores de la vida y no sus esclavos, como hasta ahora. Basta únicamente el deseo de vivir, una altiva conciencia de su fuerza, y la vida entera se compondrá de horas maravillosas, plenas de manifestaciones de la fuerza y el espíritu; horas conmovedoras por la nobleza de sus hazañas; horas grandes.


VIII.

¡Tic tac, tic, tac!

¡Vivan los espíritus fuertes, los hombres viriles, los que sirven a la verdad, a la justicia, a la belleza! No los conocemos porque son orgullosos y no exigen recompensa; no vemos cómo consumen de buena gana sus corazones. Alumbrando la vida con un fulgor resplandeciente, obligan a ver claro aún a los ciegos, que son tan numerosos, y a que todos los hombres se percaten con horror y asco de cuán grosera, injusta y fea es su vida. ¡Viva el hombre señor de sus deseos! En su corazón reside el mundo entero; en su alma reside todo el dolor del mundo, todo el sufrimiento de la humanidad.  El mal y el lodo de la vida, la mentira y la crueldad son sus enemigos; gasta todas sus horas sin cuento en el combate, y su vida está llena de júbilos fogosos, de hermosa cólera, de fiera obstinación.

No te reprimas, pues tamaña actitud supone la más activa, la más hermosa sabiduría de la tierra. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse! No hay más que dos formas de vida: la podredumbre y la combustión. Los poltrones y los codiciosos escogerán la primera, los viriles y los generosos, la segunda; quienquiera que ame la belleza sabe dónde está la grandeza.

Horas vacuas y fastidiosas son las de nuestra vida. Llenémoslas, pues, de hermosas proezas sin reprimirnos. Y entonces viviremos horas hermosas, plenas de un gozoso estremecimiento; horas plenas de una soberbia ardiente. ¡Viva el hombre que no sabe reprimirse!


(Trad. Isidro Maltrana)




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NB: Comenzamos el año con este contundente texto de Gorki. Cómo es de lábil la psique humana y su determinación, la solidez de los buenos propósitos y afanes de enmienda,  que leerlo antes de la medianoche del 31 de diciembre produce un efecto distinto a leerlo a estas alturas incipientes ya del nuevo año. De todos modos, sea.



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