Desgarradores maullidos provenientes de lo más alto de la copa de un árbol han concitado la atención de trabajadores y usuarios del hospital psiquiátrico donde laboro. En medio de la fina llovizna limeña que acongoja las mañanas, la curiosidad conmovida de aquellos que transitan por la vereda aneja al Departamento de Emergencia, ha permitido atisbar un tierno minino de color caramelo aferrándose a las ramas allá arriba. Son más de cinco metros de altura y el tronco casi vertical del árbol impide a todas luces el descenso del animalito.
Se convoca espontáneamente un grupo de ardorosos amantes de los animales en torno al árbol, se habla de llamar a los bomberos, de acercar una larga vara para que el morrongo baje, de tender rumas de paja para amortiguar el salto y evitar lesiones; algún chusco bromea sobre las siete vidas del gato pero las miradas desaprobadoras lo congelan en el acto.
Un colega valiente llama a mantenimiento y se diligencia el auxilio de una escalera, entre interjecciones admirativas y laudatorias trepa ágil, extiende sus fornidos brazos y en medio de arañazos y ariscos maullidos, se apropia del micifuz. Ha sido salvado el gatito. Menudean los hurras. Se pondera su graciosa estampa felina y el arrojo del héroe. Luego de varios arrumacos, al fin es devuelto al cortejo de gatos techeros que habitan el hospital acechando las sobras de la cocina.
Algunos días después, desgarradores maullidos provenientes de lo más alto de la copa de un árbol concitaron nuevamente la atención de trabajadores y usuarios del hospital psiquiátrico donde laboro. Era el mismo gatito colorado asomado a la más alta rama del mismo árbol en medio de la misma llovizna matinal. La curiosidad es ahora comprensiblemente menor y el grupo de espontáneos también se ha reducido. Con mucha displicencia y gesto mohíno, el mismo colega valiente se encarama a su escalera. No se suscitan los ayes expectantes ni las interjecciones de asombro. Más bien se murmura sobre la torpeza del gato, su desmañado porte, su necio propósito de aferrarse a las manos de su salvador llenándolo de rasguños, como si no quisiera que lo suelte abandonado en medio del anonimato de los gatos, como si reclamase un nombre, cual si soñase un hogar, -no, imposible, esto sería ya demasiado-. Pero la paciencia tiene un límite.
La llovizna se acentúa en estas jornadas invernales al punto que en la brumosa atmósfera se duda hasta de dónde vienen los sonidos habituales: los pasos, por ejemplo, de los presurosos viandantes, los soterrados soliloquios de los enfermos, el rechinar de los ventanales, el maullido de algún gato trepado a los árboles...
¿Maullido de gato trepado a un árbol?
Fue ayer. El gatito pelirrojo nuevamente había amanecido encaramado y desde la frondosa copa ofrendaba su lastimero maullido de morrongo desamparado y angustiado. Improvisaba nuevos tonos, fatigaba al máximo su registro gatuno. Pero en vano. Pasaban las horas de la mañana y ningún curioso le dedicaba más que una discreta mirada al paso o un comentario desencantado: para qué se sube pues, cuándo va a aprender. Disipada la bruma de las primeras horas había ya un espontáneo consenso: el gato no ponía de su parte, era evidente, estaba manipulando a la gente y sobre todo al doctor tan bueno que lo había ayudado varias veces. Ah no, a un gato de hospital psiquiátrico se le diagnostica, y es que era tan pero tan clamorosa su conducta manipulatoria: seguro quiere conseguir que lo adopten -se afirmaba- está tratando de llamar la atención -claro está- y por eso siempre se sube al árbol junto a Emergencia, el más visible, ni vuelta que darle, habráse visto, no quiere madurar... Qué gato para manipulador.
El relato aquí se interrumpe y queda sin desenlace -ni moralejas- por displicencia del escriba. ¿Habrá sido adoptado el gato? ¿Se reforzarán pues las conductas manipuladoras de otros gatos en el manicomio? ¿Se habrá preferido cortar el árbol? ¿Se le habrán iniciado dosis bajas de un antipsicótico atípico? ¿O quizás también un cachito de eutimizante para morigerar sus impulsos? ¿Habrá que redactar un oficio a alguna oficina del segundo piso con ingerencia en estos complejos asuntos?
La llovizna se acentúa en estas jornadas invernales al punto que en la brumosa atmósfera se duda hasta de dónde vienen los sonidos habituales: los pasos, por ejemplo, de los presurosos viandantes, los soterrados soliloquios de los enfermos, el rechinar de los ventanales, el maullido de algún gato trepado a los árboles...
¿Maullido de gato trepado a un árbol?
Fue ayer. El gatito pelirrojo nuevamente había amanecido encaramado y desde la frondosa copa ofrendaba su lastimero maullido de morrongo desamparado y angustiado. Improvisaba nuevos tonos, fatigaba al máximo su registro gatuno. Pero en vano. Pasaban las horas de la mañana y ningún curioso le dedicaba más que una discreta mirada al paso o un comentario desencantado: para qué se sube pues, cuándo va a aprender. Disipada la bruma de las primeras horas había ya un espontáneo consenso: el gato no ponía de su parte, era evidente, estaba manipulando a la gente y sobre todo al doctor tan bueno que lo había ayudado varias veces. Ah no, a un gato de hospital psiquiátrico se le diagnostica, y es que era tan pero tan clamorosa su conducta manipulatoria: seguro quiere conseguir que lo adopten -se afirmaba- está tratando de llamar la atención -claro está- y por eso siempre se sube al árbol junto a Emergencia, el más visible, ni vuelta que darle, habráse visto, no quiere madurar... Qué gato para manipulador.
El relato aquí se interrumpe y queda sin desenlace -ni moralejas- por displicencia del escriba. ¿Habrá sido adoptado el gato? ¿Se reforzarán pues las conductas manipuladoras de otros gatos en el manicomio? ¿Se habrá preferido cortar el árbol? ¿Se le habrán iniciado dosis bajas de un antipsicótico atípico? ¿O quizás también un cachito de eutimizante para morigerar sus impulsos? ¿Habrá que redactar un oficio a alguna oficina del segundo piso con ingerencia en estos complejos asuntos?
O simplemente mañana en medio de la temprana bruma que amortigua todos los sonidos y en el mismo árbol...
O como dijeron un par de residentes: habrá que reportar el caso.
Otras entradas relacionadas en el blog:
- Día de gatos
- Personalidad limítrofe (borderline) y la cacareada conducta manipulatoria
Enlaces:
- El "Dúo de los gatos" de G. Rossini, en el blog 'Tiempo para la Memoria' del colega amigo Dr. F. Doña.
He disfrutado con la lectura del "gato manipulador" y no sólo por el final. Todo está envuelto de una suave ironía en tu relato.
ResponderEliminarEspero que no se haga ninguna interpretación de este comentario, es un simple comentario de una lectora habitual de tu blog.
Un cariñoso saludo Lizardo
PD. Me quedo con las ganas de saber en qué acabará la historia del gatito.
Que bueno amigo que hayas vuelto a publicar alguna crónica de tu manicomio, con fotos donde se aprecia la caliginosa bruma del clima limeño. Bueno, como dice el encantador de perros, no nos manipulan los animales, nosotros nos manipulamos y luego les echamos la culpa...
ResponderEliminarDr. Cruzado, la única explicación posible que encontramos para la tardanza en el socorro del minino, es que "super-psiquiatra" esté ocupado en otros heroicos menesteres, como hacer cruzar la aveninada Habich a una ancianita con petit-pas.
ResponderEliminarJajajaja! ¿Habeis visto a este mono tan cañero?
ResponderEliminarhttp://bit.ly/amaIX5
Qué majo!
Estimado Dr. Cruzado:
ResponderEliminarArrastraba hacia abajo -acariciaba, diría mejor, que "arrastrar" es una palabra que no me suena bien- el cursor de esta "olivetti" con "tele" que es el ordenador (¿se dice "computadora" en Perú?) embelesado con la lectura de esta lírica entrada gatuna, cuando, a punto de escribir mi comentario, me encuentro con la amable referencia a "Tiempo para la Memoria" y a ese "Dúo de los gatos" que tuve la fortuna de poder compartir con los buenos amigos. Pues, muy agradecido, Lizardo, por el honor...
Pero, iba a decir que, mientras avanzaba en la lectura de la historia de gatos que con tanta belleza narra, pensaba yo en el cuento del lobo: ese en el que un pastor bromista avisa falsamente "¡Qué viene el lobo! ¡Qué viene el lobo! Y así, varias veces, hasta que, cuando llega el lobo, de verdad, nadie le cree, y el cánido se come a las ovejas... Y pensaba en esos pacientes "frecuentadores", que acuden a la consulta por motivos nimios o incluso innecesarios, a los que nos acostumbramos a sacar de la sala con palmaditas -más o menos amables- en la espalda; y que, un mal día, pueden presentar una patología que no llegamos a sospechar mal acostumbrados por sus "falsos avisos".
No sé... ¿Podemos dejar al gatito encima del árbol?
Gracias, Susan, por tu habitual lectoría que es muy halagûeña para mí. Por el interés suscitado, creo que será pertinente una futura entrada sobre el caricioso minino manipulador.
ResponderEliminarUn cariñoso saludo.
Es todo un tema éste de la presunta conducta 'manipulatoria', amigo Tony, sobre todo su abuso como etiquetaje discriminativo y peyorativo. El que esté libre de ella que tire la primera piedra -o trepe al primer árbol-.
ResponderEliminarNo sabría decirte, Joselo, habrá que averiguar si esa ancianita también lo quería 'manipular'.
ResponderEliminarGracias por el enlace, Kasandra. Saludos.
ResponderEliminarDesde luego, Dr. Doña, que nos sucede muchas veces aquello que Ud. bien refiere cuando nos confiamos y nos quedamos en la consideración epidérmica de las conductas solamente. Muy válida reflexión.
ResponderEliminarPierda cuidado que el gatito ameritará otra entrada y afortunadamente no ha sido medicado.
Siempre es un gusto citar a los amigos a partir de bitácoras muy estimables como la suya. Un gran abrazo desde esta computadora en el Perú.