Llegamos y nos dio la bienvenida un sol refulgente en medio del azulceleste intenso del cielo, tonalidad ésta inusual o hasta ignota para los mortales citadinos. Habíamos vuelto a Huamanga.
Pasamos por la plaza de armas, contemplando la floración de bellos árboles cuyos nombres desconocemos. Y mirando en derredor contemplamos la ronda matinal que hace la estatua de Don Antonio José de Sucre sobre los tejados de la plaza, para que no se le entumezca la entrepierna y no se le oxide el alazán.
Como no se puede principiar la jornada en ayunas, pensamos cuál sería el lugar que en cualquier pueblo podría ofrecer las mejores viandas. La simple respuesta: el mercado. Y allí acudimos prestos.
Una de las pizarras acrílicas -ya no de maderita negra como antes- hurtó nuestra hambrienta atención. Todos sabemos que no hay como un buen caldo caliente para iniciar tonificados el día luego del viaje. La oferta era ciertamente exótica para nuestro paladar: caldo de ojo, caldo de oreja...
Pero optamos por el tradicional caldo de gallina en un plato tamaño batea. Suculento. Contundente.
Ustedes se preguntarán: ¿y a qué ha viajado éste: a atender pacientes o a comer? Bueno, de hecho, a las dos cosas pues. En la atención de pacientes discurrió la mañana. Y raudamente fue hora de almorzar. A tal fin, nos dirigimos a una de las cimas que corona la ciudad donde se ha edificado un mirador y un propicio restaurante. Se trata de el cerro El Carmen.
Aquí nuestra mesa, presidida por la Hermana Anne Carbon (1), coordinadora de la Comisión de Salud Mental de Ayacucho (COSMA), rodeada por enfermeras colaboradoras -todas ellas hablantes de quechua para poder traducir a los numerosos pacientes que parlan runa simi- y dos profesores nuestros: el Dr. Luis Matos y el Dr. Héctor Tovar. A través de los ventanales se observa la ciudad de Huamanga.
Este blogger no aparece en la foto pues, impulsado por su apetito pantagruélico, se hallaba asaltando desaforado las cocinas del establecimiento. Luego de ser expulsado a cacerolazos y con el binge eating frustro, nos dedicamos a tomar vistas panorámicas de la ciudad.
Apréciese la plaza de armas al centro -Sucre ya vuelto a su pedestal-.
Tornamos a la atención durante el turno tarde. Negras nubes colmatando el horizonte presagiaban la venidera lluvia.
Esa noche dormimos como lirones producto del cansancio del viaje y la jornada y fuimos arrullados por el murmullo de la lluvia sobre los tejados. Unos extraños gemidos y ayes y respiraciones sofocadas provenientes de los cuartos vecinos en el hostal que nos alojaba, de rato en rato turbaban nuestro reposo. Seguro habían ánimas penando. ¿Qué otra cosa podía ser sino?
Nótense las tejas empapadas y los arbustos henchidos de humedad tras el aguacero, el que aún destilaba mientras salíamos a los consultorios para la atención. Esta mañana no hubo caldote pues nuestro intestino nos había propinado una severa advertencia sobre los cambios de la fisiología digestiva en la altura.
Nótense las tejas empapadas y los arbustos henchidos de humedad tras el aguacero, el que aún destilaba mientras salíamos a los consultorios para la atención. Esta mañana no hubo caldote pues nuestro intestino nos había propinado una severa advertencia sobre los cambios de la fisiología digestiva en la altura.
Entrada del local donde funciona Musuq Paqari Wasi. Es una casa ubicada en la calle -bonísimo nombre- Sol.
Algunos detalles del patio de entrada. Siendo temprana la hora no habían aún pacientes -los que no hacen cola pues tienen asignada su hora con anticipación-.
Luego de la mañana el almuerzo fue frugal -trucha de río- y servido en el mismo local institucional. Para domeñar al dilatado abdomen nuestro que se empecinaba en cumplir la Ley de Boyle-Mariotte -en Huamanga por su altitud hay menor presión y los gases, incluyendo los intestinales, se dilatan- salimos a callejear un rato.
Advertimos que los huamanguinos están muy preocupados por el control de su peso al paso. Nosotros no caímos en la tentación de aplastar las balancitas pues nuestra religión nos lo prohíbe. A lo largo de nuestra gira hallamos varios rincones deleitosos de la ciudad. Aquí, por ejemplo, vemos la torre de San Francisco de Asís y en su base un macetón como olla votiva.
Ahora una gárgola en el frontis de la Iglesia de la Compañía. Se afirma que si en las noches de luna se acerca incauta mano a su hocico, la gárgola podría morderla o lamerla según los pecados o virtudes del propietario.
Torre de la Catedral con reloj adelantado: hay que cambiarle la pila pero ya.
Coloridas flores en los arriates de la plaza principal.
Palomas en la plaza de Armas. Afirmaron que la de la Paz es una blanquiñosa presumida que no se junta con ellas. De hecho, se negó a posar para la foto.
Y nuevamente en el mercado principal pudimos apreciar muestras de la original artesanía de ayacuchana: retablos, iglesias de Quinua, artículos de piedra de Huamanga, cerámica, tejidos y muchos más...
Estuvimos tentados de obsequiar a nuestro dilecto amigo, colega y jefe en el Departamento de Emergencia con esta iglesia de Quinua en el tamaño que pueden apreciar, como una metáfora de la dimensión de nuestra estima y aprecio personales pero información recabada oportunamente (2), nos recordó que nuestro jefe tiene fama de comecuras por lo que dicho regalo sería un contrasentido. Recapacitamos a tiempo.
Llegada la noche nos alejamos por las penumbrosas calles. Parecía que la luna había asomado para la despedida. Y fuimos a despedirnos de la gárgola pero no la pudimos divisar entre las sombras. Y no nos atrevirnos a acariciarla en el postrer adiós por temor a la manquedad.
Así en la noche de ayer domingo acabó nuestra jornada -nuestro granito de arena para la salud mental del pueblo ayacuchano- habiendo atendido personalmente cerca de 80 pacientes: es decir, lo que atendemos en dos semanas promedio en el Departamento de Emergencia -pero igual cifra a la que nuestro colega y amigo Dr. Alvarado atiende en dos días de consulta privada (3)-. Esta foto temblorosa, desde el bus en que partíamos cansados pero gozosos, cierra nuestro breve recuerdo, nuestra sentida añoranza de estos intensos días.
¡Adiós pueblo de Ayacucho!
¡Hasta pronto!
Referencias
1. http://www.ayacuchomentalhealth.org/
2. S. Stucchi. Comunicación personal, 2008.
3. F. Alvarado. Comunicación personal, 2008.
Le sorprendería saber que tengo más de una iglesia de aquéllas en mi casa, Dr. Cruzado. Inclusive una tamaño gigante. Recuerde que París bien vale una misa.
ResponderEliminarPodríamos entonces haber contribuido a incrementar una más de sus varias colecciones. Ahora ya lo sabemos. Pero más sorprendente es saber, como Ud. nos confesó, que se trajo semejante enormidad desde el mismo pueblo de Quinua hasta Lima (!).
ResponderEliminarSiendo puntillosos, no existiría la contradicción enunciada -un "comecuras" que colecciona iglesias-, pues en las iglesias de Quinua nunca se representa -que se sepa- a ningún curita.
hum... conozco muchos que coleccionan iglesias como ésas siendo comecuras, déjenlos, así es la vida...
ResponderEliminarlizardo, si sigues comiendo en las esquinas de las mesas, no te vas a casar... así dizque les pasa a los que acostumbran ingerir sus alimentos en esos lugares, la próxima arrecochínate y ponte en otro lugar
Tardío consejo, sin pepas, será para el próximo himeneo en todo caso...
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