Hace 40 años
cada mañana mi padre despertaba
para cambiar el mundo.
Ahora,
mi padre se levanta todas las mañanas
para regar en su
jardín las rosas.
Ahora él ya no tiene fuerzas
para golpearnos, y
tampoco las tiene
para
amarnos.
Pero un tiempo él nos amó hasta
el hartazgo. También nos castigó.
Silenciosamente sonreía
-incluso
hablaba algunas veces-
e hizo muchas cosas en vano
y por nosotros.
Por todo esto,
seguramente cree él que yo
alguna vez
llevaré
hasta su tumba
las flores que ahora cuida.
Pero
se equivoca. Esas rosas son un sueño de viejo
simplemente.
Un delirio senil
de pétalos tiernos
e idiotas que
de maleza
inunda
la maceta rota
donde su
vida se marchita.
Si creo que hasta se
ha quedado
ciego.
Porque lo he visto penetrar en los jardines de la Muerte
con una tijera de podar inútil
en la mano.
Y ya no espera casi nada;
sólo aguarda que el sueño de sus rosas
florezca antes de
que él
se muera.
Hace
cuarenta años
-ya casi
cincuenta-
cada mañana
mi padre despertaba para cambiar
al mundo. Ahora
-en cambio- él todos los días se levanta
para regar en su jardín
las
rosas.
Algo ha cambiado en el mundo, por lo tanto.
Aunque tal
vez nunca en el jardín
lleguen a florecer las rosas.
Alusivo a la fecha, no pudimos resisitirnos a incluir este vergonzante poema nuestro, ya confinado en mejor lugar. En la imagen: el lírida y su progenitor, en distante mediodía trujillano.
que intenso! me encantó...
ResponderEliminarMuchas gracias, Fiorella, por tu comentario a mi poema.
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