viernes, 28 de septiembre de 2012

Apuntes para poemas







Hay un momento de la vida donde toda conversación cotidiana con una figura cercana e importante (padre, madre, cónyuge, etc.) llega a restringirse a "¿Qué tal tu día?" - lo cual, en muchos casos, ya es bastante-.

Pero ya no, pero ya nunca:

- "¿Qué tal fue tu infancia, hijo?"

- "¿Cómo pasaste tu adolescencia, hija?"

- "Querida, ¿cómo estamos tras tantos años juntos?"




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¿Cómo despertar a quien sueña despierto?



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Un colega rotante de la especialidad de Urgencias y Desastres, tras su stage en la Emergencia Psiquiátrica, hizo una aguda observación acerca de la naturaleza de la profesión psiquiátrica:

"El psiquiatra es el médico que no corre" -nos dijo, conceptuoso-.



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Junto al Instituto Nacional de Salud Mental se ubica el Hospital Cayetano Heredia y más allá unas clínicas y luego una universidad de prestigio: en esta larga vereda en forma de L, en distintos amaneceres, aparecen abandonados hombres o mujeres que padecen trastornos mentales severos. A ellos comúnmente los conocemos entre nosotros como "locos".

Probablemente los familiares que allí los dejan son personas caritativas que, análogamente como hace siglos sucedía en santuarios o ermitas de fama piadosa donde se entregaban a los enfermos para que sean curados por la divinidad tutelar, hacen algo similar hoy. Claro que ya no hay divinidad tutelar pero creen que el Instituto de Salud Mental, en virtud de su rimbombante nombre, acogerá y atenderá a sus "locos", aunque se equivocan.

Entre estos desgraciados prójimos hay un señor sesentón y obeso que siempre ocupa el mismo lugar en la vereda -de noche duerme entre los arbustos resecos del jardín- y solicita limosna aunque tenga galletas y gaseosas a su alrededor que los alumnos de la universidad le dejan; el común de gentes discurren presurosas a su lado y lo ignoran mientras él estira su pedigüeña mano.

Lo mismo hacía yo ayer aunque alcancé a distinguir en su lenguaje farfullante, ya casi rebasándolo, que este señor me preguntaba la hora, no me pedía limosna: sólo me preguntaba la hora.

Cuando volteé cariacontecido para decírsela él ya miraba para otro lado.



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