Galatea de las esferas (1952), óleo de Dalí.
No, no es una fórmula matemática artificiosa o apabullante. No. R no es receptor neuronal alguno ni C representa ninguna novedosísima molécula peptídica aislada de secretas neuronas. Es simplemente una ecuación que es expuesta de manera amable y comedida por un psiquiatra en un recomendable artículo que he atesorado hace tiempo entre mis rumas de papeles y deseo hoy traer a colación. La fórmula extendida es así:
(Resentimiento + Culpa) x Lástima =
Depresión
Depresión
Antes de comentar la fórmula, debo confesar que en verdad me sentí extrañado al escribir los adjetivos 'amable', 'comedido', 'sencillo' en el párrafo anterior: parecía que no hablase de un psiquiatra o de un artículo psiquiátrico. Tal parece que nos hubiésemos condenado arrogantemente los psiquiatras a hablar sólo de aspectos supuestamente 'duros' de la medicina en el sentido de datos objetivos, verificables, indiscutibles; léase sinapsis, cromosomas, neurobiología... Mucho de engreimiento por el juguete vistoso ahí asoma, fascinación ante el prestigio de lo sofisticado, "confianza en el anteojo, no en el ojo", como bien decía Vallejo.
Es de ver cómo ante la pregunta inocente del paciente por la causa de su depresión nos socorremos en la serotonina, en los genes, en misteriosos arcanos indescifrables e inaccesibles. 'Mejor no hubiese preguntado', se dirá nuestro paciente. Ay, cuánta necesidad de un explicador para semejantes explicaciones...
Ciertamente lo que el autor del artículo pretende no es una fórmula sino la metáfora de una fórmula, no pretende rigor absoluto ni alude a los cuadros melancólicos severos con claro componente neurobiológico -allí está, saltó otra vez la palabreja-. El colega nos habla de su experiencia cercana y humana, de los casos que más frecuentemente vemos en el quehacer diario -y a los que tantas veces con diligencia digna de mejor causa endilgamos un antidepresivo ipso facto y más nada-, el artículo pretende ser diáfano y didáctico y de hecho que lo logra.
La culpa, el resentimiento, la lástima... vivencias tan autóctonas de la cotidiana vida. Y el artículo en mención se luce en una revista de título inmejorable: Psiquiatría Pública.
Pública. Como debe ser siempre.
Enlace:
- De la Villa JM. Una fórmula psicoterapéutica para la distimia. Psiquiatría Pública 2000; 12: 55-64.
Lizardo,
ResponderEliminar¡Totalmente de acuerdo con su fórmula!, al menos en mi caso...El resentimiento nació desde mi infancia; un resentimiento profundo hacia el "otro tipo de niña" que mis padres querían, a una especie de invisibilidad debido a los constantes logros y personalidades de mis hermanos, un reproche instantáneo, registrado y repetido cada noche por mi cerebro, que en aquellas épocas se remediaba con un chocolate y un "no es verdad, es broma, hijita" de mis padres, y luego múltiples reproches que nunca olvido, y por supuesto, "no dar jamás la talla" (a pesar de mi inteligencia, como decían) de lo que esperaban...
Desde aquella época me quedé con la culpa, y esa se fue estancando y creciendo que aún ahora me aprieta; pero la manejo, en épocas malas solo me mataba y me hacía cometeder tonterías, y que en ese momento me parecían la única salvación; la culpa de no ser lo que esperaban, de no ser lo que espero, de no poder, de no enfrentar, de no importarme nada, la culpa de enfrascarme en mí y deslindarme de todo aspecto público, la culpa de despertar un día de mi cama y observar que mi burbuja se había roto y que entonces me encontraba en el mundo real. Eso me produjo shock. Y la lastima, una parte irremediable y que me transforma en momentos desesperantes; a la vez no quiero vivir sin lastima, y sin ninguno de estos dos, solo quiero manejarlos y adaptarlos, que me rocen pero no me ataquen, solo eso.
Sobre los psiquiatras, pues la verdad es que con el mío no me fue nada bien, solo se limitaba a mandarme la medicación pero era tan frío o no sé si eso era un método para mi recuperación o porque de verdad estaba arto de mí. Recuerdo un día:
- ¿Por qué lo hiciste? - su rostro era totalmente neutro.
- No lo sé - la verdad es que hasta ahora no lo sé.
- ¿No lo sabes?
- No, no sé... no sé...
- Te multiplicaré la dosis...
Aquel día salí con ganas de tragarme el frasco entero, pero me frené...
Creo que lo primordial es aceptar que se tiene, es tratar aunque sea imposible, porque es cierto que cuando uno quiere estar mal, está mal... a mi jamás me pareció que la depresión es algo que tiene que ver con un químico en el cerebro, yo sé perfectamente porque en mi caso sucedió, es más, creo que nací deprimida, con ese maldito defecto de preguntarme todo... "depresión severa" dijo ´mi psiquiatra; "anorexia con episodios bulímicos" dijo mi nutricionista; "puede ser que seas borderline", dijo el psicólogo de la universidad; y ante todo ello mamá dijo "una malcriadez más..."
De todas maneras no puedo echarle la culpa a ella o a tantos que me rodearon, sé que esto también depende de uno, pero sin apoyo es difícil reponerse, sin embargo, se puede y se trata de lidiar en lo posible.
Lizardo, siento haber empachado de palabras este comentario, pero me es imposible no comentar esto.
Un beso fuerte!
K-M-
La fórmula de este psiquiatra y neurólogo –vigués como un servidor y además tocayo–, me parece realmente definitoria en su sencillez, a la que sólo se puede llegar tras consideraciones profundas, e incluso útil como procedimiento mnemotécnico. Después, para afinar, ya se aplicarán los criterios diagnósticos consensuados. Nos perdemos tantas veces en complejidades que a menudo se nos escapa lo evidente. Desconocía el originalísimo artículo del Dr. JM de la Villa Merchan y te agradezco, querido Lizardo, que lo hayas traído a esta bitácora tuya, rebosante de perlas y de efecto antidepresivo. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias, Karen, por el sentido testimonio tuyo de lucha contra la depresión. Valoro mucho tu sinceridad. Un cariñoso saludo.
ResponderEliminarVisto había que el Dr. de la Villa es paisano tuyo, amigo José Manuel, y sin duda además los hermana a ambos la entrañable calidad humana. El artículo es valioso porque nos recuerda en su trascendente sencillez que la medicina no puede tornarse ajena a los sentimientos, y está más ligada a ellos su esencia que a las fascinantes moléculas. Un fraterno abrazo, igualmente.
ResponderEliminarQué artículo tan impresionante, ya lo he reenviado a varios compañeros y a todos les ha entusiasmado.
ResponderEliminarGracias amigo Lizardo!
César M.