Estos recientes días anduvimos en Trujillo del Perú, la ciudad que nos vio nacer con sus rancios y legañosos ojos, y a la que odiamos con ternura, al vallejiano modo de decirlo. Sea este post oportuno para desvirtuar algún infundio acerca de que la entrada previa del blog anunciaba -y nuestra posterior ausencia supuestamente habría confirmado- que habíamos desaparecido en busca de socorro psiquiátrico discreto y perentorio. Falso de toda falsedad, queridos lectores: seguimos siempre Desde el manicomio.
Permítanme ofrecer a Uds. una postal entrañable de mi lar natal, distinta a las imágenes usuales e impecables del Trujillo turístico y edulcorado. Una solariega casona casi en escombros donde ni viví ni estudié pero junto a la cual pasaba cada mañana rumbo a la escuelita fiscal: nunca la ví en sus épocas mejores, siempre fue una casa vieja nada más, pero al contemplarla derrumbándose ahora, entrañablemente decrépita, tercamente erguida, imposible fue contener la desbordante saudade y el paroxismo ecmnésico -al delgadeano modo- que acudió pronto a mi verbo el trillado poema que nadie desconoce:
INSTANTES
Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha
la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.
El poemita no deja de tener su humilde y cursilón gracejo, qué duda cabe, y se le ve lindo bajo los vidrios de escritorios secretariales o como colgante junto al teléfono, impreso con dibujitos alegóricos de ocasos marinos u otoñales hojas cerúleas. Pero, en honor a la verdad, y resguardando la paz ultraterrena de Borges, bien haríamos en conocer y difundir que él no perpetró semejante textículo. La historia de cómo y de dónde surgió aquella leyenda urbana es interesante y vale que sea leída como una apasionante muestra del modo en que los laberintos del azar acabaron cobijando tal poema en la apócrifa autoría del impecable Georgie.
Trujillo: estuve hace un par de años y acabé ahuyentado por los ticos y su insoportable y muy agresiva cacofonía; qué pena, porque la plaza de armas es bien linda. Y qué pena la de casonas moribundas, al estilo Habana; parecía una ciudad que podría, debería ser mucho más. (Chan chan: excelente).
ResponderEliminarUn saludo.
La barahúnda de ticos (son tantos que uno hasta se coló en la foto) forma parte del moderno paisaje trujillano. A propósito, se dice que los taxistas peruanos estarían entre los más "cultos" del mundo por la cantidad de graduados universitarios desempleados que se ocupan como taxistas.
ResponderEliminarChan Chan, sí pues, la ciudad de barro más grande del mundo. Fascinante.
Gracias, Gustavo, por la visita.
Esa casona no se encuentra en la Calle San Martín???
ResponderEliminarEfectivamente, junto a la esquina con Estete, antes de la Iglesia de Santa Rosa. El Jirón San Martín era el camino de lo que fue la Portada de Miraflores hacia el Cementerio General, y a la izquierda de esta portada se ubicaba el camal antiguo.
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