martes, 17 de febrero de 2009

La rica envidia





Envidia, serie Pecados Capitales de Ignacio Lloret.



ENVIDIA
La engendra la maldad. Su faz doliente
Muestra sordo rencor desde que nace:
Lo que la dicha de los hombres hace,
Cual aguzado arpón su pecho siente.

No queda nombre ilustre o pura frente
Donde su garra vil surcos no trace,
Ni virtud que en su afán no despedace
Con ciega saña y venenoso diente.

Toda sublime acción su orgullo agravia,
Todo premio al saber mete en su seno
Gusano roedor de estéril rabia.

¿Qué fruto puede dar honrado y bueno
Planta a quien nutre, cual infame savia,
Honda tristeza por el bien ajeno?



Antonio Arnao




Dentro de los siete pecados capitales, -recientemente incrementados para los católicos- la envidia ocupa un poco relevante lugar, el sexto, entre la ira y la soberbia. A diferencia de los otros, como la lujuria, la gula y la pereza, que a primera vista parecen ser totalmente apetecibles y deleitosos, la envidia hasta podría pasar como casi una virtud dado que no origina placer alguno sino mas bien sufrimiento y desasosiego en el que la padece. De hecho, si bien pocos prójimos son capaces de despojarse de toda envidia, nadie la anhela, pues se acompaña de la vivencia de sentirse inferior, menoscabado en la propia estima.

La envidia es un sentimiento de amor por los bienes propios pero pervertido por el deseo pertinaz de privar a otros de los suyos. Según el DRAE es la tristeza o pesar del bien ajeno y, en su acepción segunda, emulación, deseo de algo que no se posee. Para Dante el castigo de los envidiosos en el Purgatorio era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer. No es una novedad seguramente el aserto de que más pecan por envidia -y soberbia- las mujeres, mientras los varones lo hacen por lujuria y por gula -que es en el fondo una variante de la lujuria-.




La envidia se ha descrito desde tempranas etapas del ciclo vital e inclusive en predecesores filogenéticos, por ejemplo, la mayoría de primates. Max Scheler ha distinguido la envidia como motor de la superación y el desarrollo cultural, de manera que el simple deseo y displacer que nos produce la contemplación de los bienes ajenos no sería envidia sino que el hecho de intentar emularlos y superarlos y la constatación de nuestra impotencia para ello, originaría la auténtica y lancinante envidia. Desde un enfoque diametralmente opuesto, Freud hizo girar la femineidad en torno a la envidia del pene como summa explicatoria del eterno femenino.




Un artículo de científicos japoneses, recién aparecido en Science, pretende conocer el sustrato neurobiológico de la envidia. Se efectuaron estudios de imágenes del funcionamiento cerebral en individuos sometidos a pruebas de laboratorio en que pudiesen experimentar sentimientos de envidia. Se advirtió que los circuitos neurales activados eran los mismos involucrados en la vivencia emocional del dolor: el cíngulo dorsal anterior y estructuras relacionadas. Y a mayor envidia, mayor actividad de los circuitos nerviosos del dolor.

Análogamente, se sometió a los individuos del experimento a una situación imaginaria en que consideraban el descalabro y fracaso de la persona objeto de la envidia. Los resultados del scan no eran para nada desconcertantes: se observó una intensa actividad de los circuitos del placer, el estriado ventral en estos sujetos, rebosante de dopamina, resplandecía de malsano gozo. Experimentaban lo que en alemán se nombra schadenfreude: el ruin regocijo ante la desgracia de los afortunados, de aquellos que reputamos dignos de envidia. Es notable, a su vez, el aparejamiento de ambos mecanismos: el de envidia y el de schadenfreude; de modo tal que a mayor envidia que suframos, mayor placer recibiremos ante el oprobio del rival. Este sería pues el lado placentero de la envidia. (No se puede dejar de anotar que el saberse envidiado tambien se siente bien rico, ¿no?)



 
Desde perspectivas psicológicas actuales, la envidia tiene raíces en profundos sentimientos de inferioridad por parte del sujeto envidioso, el que además asume que existe una injusticia fundamental en la distribución de cualidades y objetos deseables: esto es, el envidioso sostiene la creencia de que es injusto no sea él quien detente el valor X y asimismo injusto que lo ostente el envidiado prójimo. Así, la envidia llegaría a engendrar conductas de rabia, hostilidad y hasta agresión desembozada.


Muerte de Abel por Caín - grabado de Doré.


Para los científicos evolucionistas, las características notables de la envidia -universalidad y persistencia en el tiempo, fijación a situaciones de status social y coexistencia con sentimientos de vergüenza- sugieren un importante rol en el devenir de los grupos sociales. La envidia sería un impulso reprimido en los humanos como individuos a costa de poder socialmente tolerar estructuras jerárquicas menos prominentes que en el resto de colectividades de primates -recordemos los machos dominantes de Desmond Morris- y, a su vez, nos conduciría a aspiraciones de igualdad entre todos e ímpetus de rebelión contra tiranos y déspotas. De alguna manera, la envidia como germen podría conducir, mediante sublimación, al altruísmo -coincidentemente, la virtud teologal opuesta a la envidia es la caridad-, de modo tal que la envidia sería un impuesto que el Homo sapiens debe pagar por la conquista de su civilización.


Leviatán, demonio de la Envidia según Tomás de Aquinas.

Aunque Borges y Unamuno han afirmado que la envidia es un sentimiento privativo de la raza ibérica, tal parece que la envidia es un fenómeno más universal y diseminado en nuestra especie, con determinantes psicobiológicos y un desarrollo indesligable de la evolución del Homo. Esto, obvio es, sin soslayar las variopintas influencias culturales y sociales que hacen de la envidia un sentimiento humano, demasiado humano. Ya lo dijo un maestro de las frases hechas, La Rochefoucauld: "Hacemos regularmente vanidad de las pasiones, aún de las más criminales; pero la envidia es una pasión cobarde y vergonzosa que jamás osamos confesar."



Mucho hay para decir sobre la envidia pero, debo aceptarlo, ya ha sido dicho. Por eso estoy verde. Por eso envidio, entre otros, a estos posts:





ENLACES:

- Para una breve historia de la envidia.

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