Siempre recordamos las tardes de los lunes en ese consultorio en Lince cuyas paredes, tapizadas de un viejo papel con innumerables nubecitas, invitaba a la relajación y, a veces, al sueño. Y los viejos divanes verdes que ocupábamos y donde el sol doraba una leve pátina de polvo. Y el escritorio repleto de libros, revistas y papeles, en medio de los cuales emergía la figura menuda pero investida de inmensa autoridad de nuestro maestro, el doctor Grover Mori.
Metódicamente, todas las semanas de los años de residencia, éramos congregados allí para los casos Balint, el entrenamiento autógeno y el análisis conductual. Pero sobre todo para escuchar al maestro y sus autorizados comentarios de los más diversos tópicos de la experiencia médica, psiquiátrica y humana en general. Rápidamente nos intrigó su autoexclusión de los circuitos de la farándula psiquiátrica. Alguna vez le preguntamos porqué no poseía un status económico pudiente, un lujoso automóvil, un consultorio en una zona exclusiva, habiendo bebido él de la misma fuente prístina de la escuela delgadeana y formado en las mejores clínicas universitarias de Alemania e Inglaterra... Nos sonrió enigmáticamente como solía hacer ante semejantes incordios y repitió escuetamente un consejo recibido del mismo Honorio: "Doctor, no se llene de pacientes..."
Y aunque nuestro colega Félix Borda bromeaba afirmando haber visto a una cucaracha muerta patas arriba durante varias semanas bajo el escritorio del maestro, y la hora densa de la resolana vespertina solía amodorrarnos en plena abreacción, pese a nuestra displicencia y pequeñez de espíritu, no creo equivocarme al afirmar que Mori fue no sólo un maestro sino seguramente nuestro único Maestro.
Urgidos tal vez por comprensibles demandas económicas, muchos de nuestros profesores prorrogaban y hasta suspendían seminarios y otras actividades académicas, de modo tal que muchas veces su evasiva presencia se desleía con el rápido paso del tiempo y la fugacidad de las rotaciones. Otros, de kilométricos curricula y asistentes a todos los congresos internacionales, nunca dispusieron de tiempo para los residentes. Otros, simplemente desaparecieron engullidos por las jerarquías administrativas y los cargos burocráticos. Otros finalmente hubieron que, por su escasa amplitud de criterio y férreo dogmatismo, más bien ahuyentaban lejos de su vera a los psiquiatras en formación.
Mientras Honorio era ya un espíritu que deambulaba por doquier, Mariátegui disfrutaba justamente de su vida de jubilado, y Mazzotti -que estuvo llamado a ser un maestro grande- partía primero lejos del país y luego para siempre, Mori estuvo allí, con nosotros y con varias otras generaciones antes -y sigue con otras generaciones después-. Cómo olvidar aquellas frases que nos repetía: "el médico estudia para ser médico, el paciente no estudia para ser paciente..."; "quién le mandó ser psiquiatra, doctor"; "acaso el paciente tiene la culpa de tener síntomas", y otras muchas con las que depuraba radicalmente nuestras actitudes más achoradas -y más antiterapéuticas-.
A lo mejor en sus búsquedas por internet el Maestro podría llegar extraviado a esta malhadada página y quizás sonreiría leyendo estas sartas de cohetería a las que jamás fue afecto. A lo mejor movería nada más la cabeza de un lado a otro como cuando nos retirábamos de su consulta, despidiéndose al toque para retornar a sus lecturas y a sus proyectos.
Vielen Dank, dass Sie sehr viel geliebten Lehrer!
La cucaracha seguirá ahí?
ResponderEliminarSeguirá la cucaracha ahí?
ResponderEliminarFelix.
Qué gusto recibir tu comentario, recordado amigo Félix, jaja, y poder rememorar así aquellas tardes hace una década en el consultorio del Dr. Mori. La cucaracha debe estar aún ahí, si no la misma, una sucedánea, como perdura todo aquello que allí vivimos y aprendimos. Un cordial abrazo.
ResponderEliminarLeyendo esto he revivido con frescor sensorial las tardes con el Dr. Mori
ResponderEliminarGracias Dr. por plasmarlo así.
"quién le mandó ser psiquiatra, doctor" 😁
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